lunes, 30 de agosto de 2010

Velódromo de Invierno (Juana Salabert)

Esta novela ganó el Premio Biblioteca Breve el año 2001. Tiene sus méritos. Por ejemplo, se trate o no una coincidencia buscada por la autora, el hecho de que los tres años claves del argumento sean 1492 (el año de expulsión de los judíos sefarditas), 1942 (el año de la redada nazi del Velódromo de Invierno) y 1992 (el año en que los narradores recuerdan esa redada y la vinculan a la expulsión de 1492), no deja de convertirse involuntariamente en un letimotiv que da al argumento una trayectoria cíclica que va muy bien con el ambiente obsesivo de la novela.

Por otro lado, esas voces narrativas en realidad no narran sino que evocan hechos y recuerdos del pasado, pero sin darles un desarrollo progresivo o lineal. Todo está como detenido en el tiempo por esa memoria  que pretende fijar ese momento de la Historia para siempre. Y éste es un recurso que casa muy bien con el ambiente  y estatismo agobiante que se respira en la prisión en que se ha convertido el Velódromo. Para recrear ese ambiente la autora ha insistido quizá demasiado en lo escatólogico y omitido la creación de otro tipo de escenas que podrían haber sido mucho más dramáticas y eficaces. Pero en su conjunto, ese ensamblaje de tiempo y espacio funciona casi perfectamente.


Sin embargo la forma de hacer intervenir a esas voces narrativas es a mi juicio demasiado confusa. Son muchas las veces  que el lector acaba preguntándose por la identidad del narrador o evocador.  Los nombres propios aparecen y desaparecen con tanta frecuencia que no siempre resulta posible recomponer el rompecabezas del conjunto de la historia, también porque quizá son demasiados los personajes que quedan en la penumbra. Pero quizá lo menos afortunado en este sentido es que al construir el argumento a través de una evocación desordenada y espontánea del pasado, en una forma de  'fluir de la conciencia', los muchos momentos trágicos de la novela no aparecen presentados en un crescendo de tensión, no puede decirse que haya un clímax ni tampoco que se haya creado una intriga que sea capaz de retener al lector y obligarlo a acabar la lectura para conocer el desenlace. Su lectura se hace demasiado lenta y borrosa, demasiado intelectual en una historia que creo debería haberse llevad por otros derroteros.


Como novela de denuncia,
Velódromo de Invierno resulta  efectiva y lograda, pero como artefacto narrativo me parece que al final resulta confuso y aguado. También convendría pulir algunos detalles de estilo, que en general funciona bien pero a veces -no muchas- las frases parecen avanzar pesadamente, con demasiados incisos, con demasiados adjetivos innecesarios, con demasiados circunloquios y monólogos que se extienden página tras página.

En fin, una novela para una lectura más intelectual que emotiva, que ayuda también a que la novela española salga del aldeanismo en que a menudo sigue moviéndose (el conjunto del argumento es de ubicación itinerante: París, España, Portugal, Puerto Rico...), pero que no creo que conmueva o convenza plenamente a la mayoría de sus posibles lectores. (Juana Salabert:
Velódromo de Invierno. Barcelona, Seix Barral, 2001).







martes, 24 de agosto de 2010

En la penumbra (Juan Benet)

En la penumbra es una buena novela, que puede calificarse también de excelente si el lector o lectora consigue hacerse con el difícil estilo de Benet. El argumento, ambientado en el clima típico de Región, se sostienen bien y aunque no está expuesto en forma lineal, tampoco resulta excesivamente difícil de seguir; además cuenta con la gratificante aparición de varias sorpresas y giros inesperados. De todas formas algunos momentos evocados se me han hecho demasiado crudos y quizá inverosímiles. El desenlace también puede entenderse como sorpresivo e imprevisible, aunque no deja de tener un tono un poco efectista que no casa bien con el tono más intelectual que se destila de gran parte de las conversaciones de los personajes.

Hasta cierto punto lo mejor son los diálogos sobre los que se construye la mayor parte de la novela, especialmente en esos momentos en que los interlocutores muestran sus desacuerdos o su falta de sintonía. La tensión que se acumula en esos casos es altísima y absorbente. El problema es que para llegar hasta ellos hay que pasar por esos monólogos escritos en un lenguaje que es magistral pero que al mismo tiempo lleva tantas vueltas y revueltas que impide una lectura fluida y llevadera.  Es un lenguaje que quiere llegar a todos los sitios, que en verdad lo consigue, pero que a menudo no sabe contenerse y huir de lo supefluo. Por lo mismo, también cabría esperar que el autor hubiera sabido dotar a cada personaje de su modo de hablar propio, y es que el lenguaje de esos monólogos apenas se distingue del lenguaje del narrador, por lo que la vida individual de aquéllos queda gravemente disminuida u ocultada por esa omnipresencia del estilo.

En una entrevista el autor explicaba el origen de esta novela a la que algunos han calificado de novela corta. Yo tengo mis reservas al respecto, entre  otras cosas por la diminuta tipografía elegida por la editorial, que con otro formato habría dado lugar a una novela con una extensión bastante más 'normal'. En la penumbra nació como parte de una novela más amplia, pero que luego acabó tomando vida propia a causa de una sugerencia editorial. Aunque en esa entrevista el autor afirma también haber quedado satisfecho del resultado final, creo que es una novela que sólo va a satisfacer a los incondicionales de Benet o de la literatura más culta y quizá innecesariamente sofisticada. Yo no le niego los méritos, pues la he disfrutado en sus mejores momentos, pero sigo pensando que cualquier narrador debe conseguir que sus personajes tengan vida propia -Benet lo consigue- pero también un lenguaje propio, y 'olvidarse' de que es él quien está  hablando. Eso ha hecho que otros grandes escritores (Chesterton, por ejemplo) nunca hayan podido crear una gran novela. (Juan Benet: En la penumbra. Madrid: Alfaguara, 1989, 182 pp.).







jueves, 19 de agosto de 2010

El embrujo de Shanghai (Juan Marsé)

Ambientada en la Barcelona de la posguerra, esta novela resume muy bien el mundo ficcional y las dotes de narrador que tiene el autor catalán. Al leerla se notan las ganas de contar una historia, depensar en el lector, con un lenguaje que fluye como a borbotones, imparable, con un vocabulario amplio, un registro también variado y una galería de personajes singularizados hasta donde lo permite la extensión del libro. El mundo de El embrujo de Shanghai es el habitual de Marsé, la Barcelona  de la posguerra, de ese mundo y de esos personajes que cargan inevitablemente las consecuencias de la Guerra Civil, que parece estar en el fondo de la conciencia de todos ellos y seguir determinando su conducta. 

Una lectura simbólica de su argumento nos podría hacer pensar que Susana, la protagonista tuberculosa, es esa España o esa Barcelona a la que Daniel, el propietario de la voz narrativa, hace compañía y procura dibujar y conocer para luego tratar solucionar su enfermedad. Alrededor de Susana y Daniel se mueven una serie de personajes con vidas llenas de heridas o falsedades, que a veces tratan de ayudarla o ayudarlos pero que cuyos intentos casi siempre acaban en empresas frustradas.  Shanghai es la ciudad que funciona como alternativa a ese ambiente provinciano y gris. En Shanghai se desarrolla una aventura que al final acaba siendo también un desengaño pero que por lo menos reviste momentos de grandeza y alberga la posibilidad de acciones heroicas o ideales. No en vano toda la metanarración sobre Shangai (es uno de los personajes el que narra esa aventura dentro del marco general de la anécdota de Susana), se lee como  una película de cine, con sus estereotipos y sus lugares comunes, pero también con su aura de obra de arte.


Las técnicas narrativas muestran también a un novelista dueño de sus estrategias. Con naturalidad y sin que se note esfuerzo alguno, se comienza con un punto de partida simbólico (el pozo de una de las calles del barrio),  se pasa luego a la acción principal (el mundo de Daniel y Susana), y el relato de ésta se va contrapunteando con esa narración del viaje y la misión del padre de Susana en Shangai, con una alternancia de ambiente provinciano y mediocre y estático, con otro cosmopolita y (cinematográficamente) grandioso, lleno de acción e intriga. El resultado es el de una lectura ávida o casi imparable por parte del lector, facilitada también por ese lenguaje rico pero no elitista, y un estilo espontáneo pero correcto y fluctuante pero nada alambicado.


Si algo no me ha gustado de la novela es precisamente la imposibilidad de redención que planea sobre todo ese mundo y todos esos personajes. Todo ello parece condenado a la infelicidad, la dicha es siempre pasajera y los personajes viven casi siempre en una especie de agujero sin salida o con una esquizofrenia que no cuentan con alternativas. O quizá cabe la alternativa de la imaginación (del cine de la última escena), pero las películas también tienen su final y también son un escape pasajero de esa realidad que espera a la salida. En definitiva, una novela que recomiendo por su calidad estética, pero que no me parece completamente realista -en el sentido no literario del término- porque creo que la vida también puede tener sus momentos felices y sus héroes, como hayan podido ser Gandhi, la madre Teresa o Martin L. King.

La primera edición del libro es de 2002, y con él ganó Marsé el Premio de la Crítica y el Premio Europa.
 (Juan Marsé: El embrujo de Shangai. Barcelona: Lumen, 2009, 302 pp.).




martes, 17 de agosto de 2010

Rubén Darío. Addenda (José M. Martínez)

En este libro recojo casi todos los artículos que publiqué sobre Rubén Darío hasta el año 2000, incluidas las dos introducciones a mis ediciones de Darío en Cátedra. Con este volumen comenzó también la colección 'Referencias', de la Editorial Cálamo, propietaria también de Menoscuarto, el sello de cuentos que tanto éxito y calidad está mostrando. El libro fue reseñado en varias revistas académicas, entre ellas el Bulletin of Spanish StudiesCrítica Hispánica y el Bulletin of Hispanic Studies.

El artículo que más parece haber gustado y del que saqué una '
segunda parte' en un número monográfico de Insula dedicado a Rubén Darío, fue el dedicado a la intervención de Juan Ramón Jiménez en la edición de Cantos de vida y esperanza. En él creo haber demostrado que la disposición de los poemas de Cantos... depende mucho, si no enteramente, de la mano del escritor español, tan admirador de Darío como Darío lo era de él. Pero bueno, todo ello queda a juicio de los lectores y sabios (José M. Martínez: Rubén Darío: Addenda. Palencia: Cálamo, 2000, 292 pp.).

lunes, 16 de agosto de 2010

Foto de familia (Ignacio Martínez de Pisón)

Libro de once cuentos con tonos y temas variados, que resulta fácil de leer y entretenido. Los relatos van de lo realista con tonos crudos o melancólicos ( "Foto de familia", "Chop-suey",) a los de motivos fantásticos o semifantásticos ("Intemperie de los fosfenos", "El enemigo interior"). También los hay cómicos, realmente divertidos ("Ahora que viene el frío"), y otros un poco más truculentos, quizá demasiado ("Amor horrendo", "Danza del espejo"). Tal vez sea esta variedad de tonos lo que más deba destacarse del libro y lo que hace que éste no sea repetitivo o aburrido. La contrapartida es que al final resulta difícil indentificar el mundo propio que ha querido crear el autor, porque esa variedad no siempre acaba ensamblándose bien. (También he de reconocer que es la única obra de Martínez de Pisón que he leído hasta ahora, y que por ello me falta una visión más amplia de su narrativa). Al mismo tiempo, la voz narrativa de algunos de esos relatos, como "Intemperie de los fosfenos", está muy bien mantenida y resulta muy acorde con el argumento. 

De todos modos, no es un libro que me haya satisfecho completamente. El estilo parece demasiado comedido y calculado, como si el autor tuviera miedo a aciertos espontáneos o a frases rotundas y brillantes, a dejar el lenguaje fuera del control del narrador. Las frases están construidas con cálculo y mesura, pero por eso a veces resultan un poco frías, poco emotivas. El vocabulario también se me queda un poco corto, aunque no sea impreciso o insuficiente. Todo esto facilita la lectura, obviamente, pero hace que a veces  la narración sea demasiado informativa, demasiado impersonal. 
El desarrollo de los argumentos tampoco me ha parecido estar siempre a la altura de la intensidad que se espera de un buen relato breve. Los momentos climáticos parecen con frecuencia demasiado desdibujados o débiles, o a veces concluyen en desenlaces inesperados -lo que no sería un inconveniente- pero realmente exagerados.  

Sin embargo esas carencias pueden compensarse con la ausencia de la amargura y hondo pesimismo que es tan frecuente en otros narradores. Aunque en los cuentos no dejen de aparecer algunos antihéroes, Martínez de Pisón no los ridiculiza, ni tampoco escribe para burlarse de la vida. Las exageraciones de algunos cuentos proceden más de las exigencias o tópicos literarios que de una visión esperpéntica de la existencia, y la vida se ve como algo que merece la pena, aunque no sea un camino de rosas y aunque las pequeñas  o medianas tragedias sean el pan de cada día. Y esto, junto a su fácil lectura, es quizá lo que más  he agradecido, y lo que seguramente me lleve a usar alguno de sus cuentos en mis clases. Entre todos ellos creo que me quedo con "El Palacio del Estilo" y "El rey de bastos". (Ignacio Martínez de Pisón: Foto de familia. Barcelona: Anagrama, 1998, 162 pp.).



sábado, 14 de agosto de 2010

Pasando página (Sergio Vila-San Juan)

El libro de Sergio Vila-San Juan es otra de las referencias insalvables para conocer la literatura de estas fechas. A pesar de su extensión, se lee de un tirón, bueno, casi de un tirón. En él nos enteramos sobre todo de los negocios y negocietes del mundo editorial, sus grandezas y sus miserias... Vila-San Juan lo cuenta todo con un tono saludablemente irónico y  sus  gotitas de humor, como ésta acerca de las connivencias entre editoriales y periódicos: "La cuestión de las sinergias entre El País y Alfaguara ha coleado durante todo el decenio de los 90 (...) Durante un tiempo circuló un chiste: 'No es que El País tenga preferencias, es que trata a las editoriales por orden alfabético: Alfaguara, Alianza, Anagrama....' (Sergio Vila-San Juan: Pasando página. Autores y editores en la España democrática. Barcelona: Destino, 2003, 726 pp., p. 317).

martes, 10 de agosto de 2010

Manuel Gutiérrez Nájera: Cuentos (Ed. José M. Martínez)

A través de este encargo de la editorial tuve la suerte de descubrir la prosa de este excelente escritor mexicano, al que normalmente se le reconoce por su poema 'La duquesa Job' pero que en realidad tiene unos cuentos y unas crónicas mucho más interesantes y más significativas para la historia de la literatura. 

      Mi edición sigue sobre todo los textos de las ediciones de Erwin K. Mapes y de la edición monumental publicada por la UNAM, pero está enriquecida y actualizada con bastantes notas propias y sobre todo con una introducción en la que intento poner al día toda la crítica sobre la obra del autor. En esa introducción me fijo especialmente en la unidad que hay entre su vida y su bibliografía, en su renovación de la prosa del siglo XIX, en su atención al público femenino y en sus afinidades ideológicas con el régimen político y la persona de Porfirio Díaz, de quien Nájera era un firme defensor, a veces hasta extremos un poco alienantes.
      Mi selección incluye cuentos  como "La mañana de San Juan", "La balada del Año Nuevo", "Rip-Rip el aparecido" o "La historia de un peso falso" que normalmente figuran en las mejores antologías del cuento hispanoamericano, y que son también sus relatos más conocidos. El conjunto de todos ellos tiene un tono de tristeza elegante, sin cursilerías ni dramatismos extremos, y donde el ambiente y la atmósfera suelen ser más importantes que los personajes y la acción. Están escritos en el lenguaje poético y cuidado que aleja a Gutiérrez Nájera del resto de los escritores del XIX y lo pone al lado de los innovadores de su tiempo, como José Martí, José A. Silva o Rubén Darío.
       Derivados de la preparación de este libro, me salieron varios artículos que han ido publicándose en diversas revistas: un par de ellos sobre el público femenino del Modernismo, otro sobre la función de la imaginación en la narrativa modernista, otro sobre la afinidad ideológica de Nájera con el Porfiriato y el positivismo y otro más sobre la temprana aparición del modernismo en su poesia. Hace poco también escribí una valoración general sobre su obra narrativa, que aparecerá en un libro colectivo publicado por el Fondo de Cultura Económica y que recogerá lo mejor de toda la obra de este autor. Se trata de un volumen editado por Claudia Canales que tiene como finalidad  hacer justicia a este gran escritor, que quizá no llegó adonde hubiera debido por publicar en vida un solo aunque excelente libro de cuentos. 
      La versión electrónica del libro está ya disponible para consulta e impresión en la biblioteca digital de la editorial Cátedra. (Manuel Gutiérrez Nájera: Cuentos. Madrid: Ediciones Cátedra, 2006).

lunes, 9 de agosto de 2010

La escala de los mapas (Belén Gopegui)

En esta novela de Gopegui me ha dejado realmente sorprendido, para bien, el empleo del lenguaje, muy cuidado, muy original y que además da la sensación de fluir de forma natural y sin esfuerzo. El texto se llena de expresiones felices y de metáforas únicas con un continuo sabor de novedad, sin llegar a cansar, y tan personales que difícilmente pueden convertirse en tópicos. El lector tiene la sensación de caminar de acierto en acierto y de ir descubriendo nuevas posibilidades del idioma en cada párrafo y en cada página.

Con el argumento y los personajes no soy tan entusiasta, aunque sigue habiendo logros realmente ejemplares, como esa figura femenina de Brezo, que en una novela con más vuelos podría haberse convertido en un personaje antológico, en una amada ideal en la estela de Beatriz, Laura o Dulcinea. El amor que por ella siente Sergio Prim, el propietario de la voz narrativa, es también único y consigue salvarse de los tópicos, aunque a veces la relación se vive en tonos de un sexualismo automático más evocado que descrito y más propio de Hollywood que de una historia de amor con conflictos psicológicos de hondura. 


Esa voz narrativa es también un acierto, en su mayor parte. Es una voz que se dirige a la vez a los lectores y a Brezo, y a veces a ella misma, retratando perfectamente la fragmentación interna de Sergio, el pusilánime antihéroe de la  narración. Un antihéroe muy posmoderno, que anhela los refugios y  huye de la posibilidad de la verdad, buscando o viviendo entre los huecos de esa realidad que le resulta abrumadora  e intentando ubicarse en el vacío, en esa escala de los mapas del título, en esos mapas que por alterar la percepción del espacio convierten el mundo en algo relativo y maleable.


Pero aquí es donde veo también la mayor debilidad de la novela. Se ha querido construir toda la historia sobre la base de la voz narrativa, y a menudo ésta se pierde entre los brillos del estilo y las divagaciones intelectuales, la anécdota se difumina  y el libro parece convertirse en una novela de tesis, ideológica, demasiado filosófica, que sobre todo desencarna a Sergio y hace que éste sea más un ser de papel que de carne y hueso. Al final, el sentido de realismo y verosimilitud quedan gravemente disminuidos. Recuerda un poco a los protagonistas de
Los juegos de la edad tardía, de Luis Landero, pero si allí la visión irónica y lúdica del autor justificaba  la delicuescencia de los personajes, aquí me parece que la figura tan disminuida de Sergio  no casa con el tono de seriedad y trascendencia que se quiere para la narración. Un poco menos de intelectualismo y un poco más de realidad, y para mí la novela hubiera merecido con toda justicia el Premio Tigre Juan que recibió en 1993. (Belén Gopegui: La escala de los mapas. Madrid: Anagrama, 1993, 229 pp.).




viernes, 6 de agosto de 2010

Los espacios poéticos de Rubén Darío (José M. Martínez)



Este libro es una reelaboración de mi tesis doctoral, dirigida por Javier Blasco Pascual y que defendí en la Universidad de Valladolid en 1981. En él comento el significado que las diferentes variaciones espaciales tienen en la poesía  y también en la prosa, de Rubén Darío. Como  principal marco teórico -aunque no el único- tomo el estudio de G. Bachelard sobre  el  simbolismo espacial  y Gilbert Durand sobre las estructuras de la imaginación.

El primer capítulo está dedicado a los espacios biográficos, tanto geopolíticos  (Nicaragua, Chile, Argentina, Francia, etc.) como sociológicos (los espacios marginales del artista). El segundo se dedica a los espacios artísticos, primero a los propiamente esteticistas o utópicos, casi siempre relacionados con la naturaleza (la isla, el bosque, el jardín) y después a los espacios de la interioridad, sean espirituales o simbólicos (la casa, el alma, etc.). El tercer capítulo se centra en los espacios creados en torno a las dos figuras femeninas típicas del modernismo (la mujer prerrafaelita, y la mujer fatal), y el cuarto y último a los espacios vinculados con la experiencia amorosa, donde el símbolo del nido y los viñedos clásicos grecolatinos tienen tanta relevancia. Todo ello se pone en el contexto del modernismo hispánico y se ilustra con otros ejemplos de escritores españoles e hispanoamericanos.

El libro tuvo muy buena acogida y fue reseñado en 
Cuadernos Hispanoamericanos, e Hispanorama, entre otras revistas. También aparece en bibliografías de trabajos de expertos en literatura hispanoamerica o en el modernismo, como José Luis Oviedo o Alberto Acereda. Creo que se puede conseguir en 
Amazon, y si no a través de la editorial. (José M. Martínez: Los espacios poéticos de Rubén Darío. Nueva York: Peter Lang, 1995, 214 pp.).

martes, 3 de agosto de 2010

Flores de plomo (Juan Eduardo Zúñiga)

Esta breve novela me ha parecido bastante interesante y lograda en el aspecto técnico y formal. Se trata de una narración compuesta por una  serie de escenas independientes o semindependientes del momento central y más conocido, que es el suicidio de Mariano José Larra, el costumbrista español. Eso sirve de punto de partida para novelar otras escenas con personajes más o menos históricos y más o menos ficcionales, unas veces relacionados con la vida de Larra (Dolores Armijo, Mesonero Romanos, José Zorrilla, sus padres) y otras veces con lo más propiamente literario, pero también ligadas a ese leitmotiv (Felipe Trigo, escritor  también suicida).  

Cada escena suele formar un capítulo aparte para al final producir un panorama de conjunto donde Larra no sólo funciona como centro gravitatorio de la novela sino también de lo que creo que es la cosmovisión del autor, una visión bastante pesimista de la vida española que se simboliza con acierto en ese carnaval donde todo son máscaras, nieve y miserias. También me parece demasiado negativa la visión que Zúñiga da ser humano, primariamente egoísta e instintivo, y carente de todo idealismo o sentido de la esperanza. Esto ha sido lo más deprimente de su  lectura, que queda relativamente compensada por un lenguaje cuidado, exigente, de frases largas pero bien construidas y, sobre todo, por un tono único muy sólido y constante, sin fisuras. Pero sigo sin estar seguro de que el comienzo del libro con un suicido, y la conclusión con otro más, aparte de un duelo fatal en el medio, esté al alcance de los ánimos de todos los lectores.


Finalmente, la novela se dirige a un público familiarizado con todas esas figuras literarias y con la vida política y social del siglo XIX español. El lector que no lo esté va a tener bastantes dificultades para disfrutar del libro. En resumen, un libro técnicamente irreprochable pero bastante pesimista, dirigido a un público minoritario y especialmente a aquellos que quieran ver en Larra y en su obra una especie de síntesis de la idiosincrasia española. (Juan Eduardo Zúñiga:
Flores de plomo. Madrid: Alfaguara, 1999, 155 pp.).




domingo, 1 de agosto de 2010

Baúl de sombras (Javier de Navascués)

Lo que yo podría decir sobre este libro, ya está dicho aquí (Javier de Navascués: Baúl de sombras. Numenor: Sevilla: 2009, 55pp.).
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