He decidido leer esta breve novela por dos razones. La primera porque después del ladrillo de más setecientas páginas que fue Inés y la alegría, mis ánimos me pedían algo más ligerito y llevadero. La segunda porque acerca de André Barba he leído tanto reseñas positivas como otras un poco más escépticas, estas últimas dudando sobre todo de si se trata de un escritor realmente original y prometedor o simplemente de un autor de moda, de esa moda de escritores jóvenes que nos quieren vender las editoriales.
Después de leer Las manos pequeñas me queda claro Barba no es un autor comercial y facilón, pero tampoco me parece excesivamente inaccesible o hermético. Se ve que persigue una literatura con voz propia y calidad formal. En Las manos pequeñas creo que lo consigue mediante varios recursos. Por un lado usando en sus capítulos, de forma alternada, dos perspectivas distintas, la propia del narrador y la de las compañeras de orfanato de Marina, la niña protagonista. También con ese sentido del ritmo que se construye con la combinación de frases narrativas y otras más reflexivas o líricas y con la repetición de algunos leitmotivs, como es la frase inicial acerca de la muerte de los padres de Marina o esas muertes, mutilaciones y enterramientos de orugas y muñecas que anuncian el desenlace final. Todo esto me ha parecido bien organizado y sólido, así como ese vocabulario y esos recursos retóricos variados y cuidadosamente seleccionados.
Mis objeciones vienen más al pensar en el lector más general, y también un poco en mí mismo. Es innegable que la anécdota tiene fuerza, pero creo también que ese narrar desde una perspectiva oblicua, sin presentar los hechos de forma más directa o transparente va a hacer que algunos lectores piensen que se trata de un artificio más bien innecesario, que enturbia la lectura en lugar de hacerla más atractiva. Cuando leo historias como esta casi siempre me vienen a la memoria los escritores del realismo clásico del siglo XIX, que usando unas técnicas más simples conseguían una intensidad emocional más alta y también más accesible. Y eso no les impidió ser grandes autores, ni tampoco disminuyó su originalidad. Ya me ha pasado con varias otras novelas comentadas en este blog.
Otras noticias que me han llegado de Barba es que recurre al morbo quizá con demasiada frecuencia, aunque sin llegar a extremos indigestos. El caso de Las manos pequeñas es un buen ejemplo. Se relata una historia original pero también más o menos típica acerca de la crueldad y el sufrimiento infantiles. Y ahí hay momentos en que esa crueldad está más o menos contenida dentro de lo verosímil y en otros que me parece que ese límite se sobrepasa. En este sentido esa perspectiva narrativa ‘oblicua’ camufla un poco la morbosidad de la anécdota, pero no evita que el conjunto sea el de un paisaje donde todo son sombras y no hay ninguna luz, un mundo demasiado negro, de orfanato demasiado estereotípico en este sentido. (A ello contribuye la un poco forzada soledad de Marina, a la que tras la muerte de sus padres el narrador manda directamente al orfanato, sin plantearse la posibilidad de la existencia de algún familiar de la niña pudiera hacerse cargo de ella).
En resumen, una novela que me ha sembrado la inquietud de seguir leyendo a Barba, a quien sí le notan modos y voces personales y exclusivas, pero que no me ha convencido completamente en algunos puntos de relativa importancia, sobre todo en esa sumisión de los medios a los fines y en ese forzar la verosimilitud para presentarnos un asunto que otros novelistas habrían tratado de forma más sencilla y con la misma eficacia. (Andrés Barba: Las manos pequeñas. Barcelona: Anagrama, 2008, 108 pp.).
Después de leer Las manos pequeñas me queda claro Barba no es un autor comercial y facilón, pero tampoco me parece excesivamente inaccesible o hermético. Se ve que persigue una literatura con voz propia y calidad formal. En Las manos pequeñas creo que lo consigue mediante varios recursos. Por un lado usando en sus capítulos, de forma alternada, dos perspectivas distintas, la propia del narrador y la de las compañeras de orfanato de Marina, la niña protagonista. También con ese sentido del ritmo que se construye con la combinación de frases narrativas y otras más reflexivas o líricas y con la repetición de algunos leitmotivs, como es la frase inicial acerca de la muerte de los padres de Marina o esas muertes, mutilaciones y enterramientos de orugas y muñecas que anuncian el desenlace final. Todo esto me ha parecido bien organizado y sólido, así como ese vocabulario y esos recursos retóricos variados y cuidadosamente seleccionados.
Mis objeciones vienen más al pensar en el lector más general, y también un poco en mí mismo. Es innegable que la anécdota tiene fuerza, pero creo también que ese narrar desde una perspectiva oblicua, sin presentar los hechos de forma más directa o transparente va a hacer que algunos lectores piensen que se trata de un artificio más bien innecesario, que enturbia la lectura en lugar de hacerla más atractiva. Cuando leo historias como esta casi siempre me vienen a la memoria los escritores del realismo clásico del siglo XIX, que usando unas técnicas más simples conseguían una intensidad emocional más alta y también más accesible. Y eso no les impidió ser grandes autores, ni tampoco disminuyó su originalidad. Ya me ha pasado con varias otras novelas comentadas en este blog.
Otras noticias que me han llegado de Barba es que recurre al morbo quizá con demasiada frecuencia, aunque sin llegar a extremos indigestos. El caso de Las manos pequeñas es un buen ejemplo. Se relata una historia original pero también más o menos típica acerca de la crueldad y el sufrimiento infantiles. Y ahí hay momentos en que esa crueldad está más o menos contenida dentro de lo verosímil y en otros que me parece que ese límite se sobrepasa. En este sentido esa perspectiva narrativa ‘oblicua’ camufla un poco la morbosidad de la anécdota, pero no evita que el conjunto sea el de un paisaje donde todo son sombras y no hay ninguna luz, un mundo demasiado negro, de orfanato demasiado estereotípico en este sentido. (A ello contribuye la un poco forzada soledad de Marina, a la que tras la muerte de sus padres el narrador manda directamente al orfanato, sin plantearse la posibilidad de la existencia de algún familiar de la niña pudiera hacerse cargo de ella).
En resumen, una novela que me ha sembrado la inquietud de seguir leyendo a Barba, a quien sí le notan modos y voces personales y exclusivas, pero que no me ha convencido completamente en algunos puntos de relativa importancia, sobre todo en esa sumisión de los medios a los fines y en ese forzar la verosimilitud para presentarnos un asunto que otros novelistas habrían tratado de forma más sencilla y con la misma eficacia. (Andrés Barba: Las manos pequeñas. Barcelona: Anagrama, 2008, 108 pp.).