Esta es la segunda novela que leo de Soledad Puértolas, después de La rosa de plata, que ya comenté en el blog. Quizá porque las dos se traten de relatos que no pretenden ser especialmente ambiciosos, hasta ahora no puedo decir que mi opinión sobre su autora corresponda con el prestigio que le confieren otros críticos y algunos medios periodísticos y culturales, o el hecho de que sea miembro de la RAE.
Si en La rosa de plata me parecía ver una narración original pero desigual, aquí me ocurre algo parecido, aunque los méritos y deméritos son un poco distintos. En El bandido doblemente armado he encontrado un tono narrativo bien mantenido y uniforme, propio de los escritores que trabajan bien sus textos, que los leen y releen hasta eliminar todo tipo de disonancias y asperezas. En este sentido es una novela compacta y sólida. Lo mismo he de decir del final de la historia. Con el encuentro del narrador con “Dicky” y la recapitulación sobre las trayectorias y destinos de los miembros de la familia Lennox, todos los cabos que habían ido quedando sueltos a lo largo de la narración quedan cerrados de forma verosímil y convincente, con conclusiones más o menos felices (como la vida misma), y redimiendo en parte la desesperanza y el nihilismo que había dominado en todas las historias particulares de los capítulos previos.
Mi prevención principal tiene que ver precisamente con esos capítulos previos. Si la novela se entiende como una novela de ambiente –y creo que esta es la línea que le ha querido dar la autora– el sentido de intriga queda relegado a los márgenes y el argumento se resuelve en una sucesión de escenas más o menos autónomas y que tienden a cargarse de intensidad emocional. Desde este punto de vista, El bandido... es una novela conseguida, por ir a lo esencial y eliminar detalles innecesarios, y por mostrar sobre todo, al modo de la nivolas de Unamuno, los conflictos más esenciales de sus personajes, que sí se dan suficientemente individualizados y con vida propia, muy lejos de estereotipos y acartonamientos. Y quizá este sea el mayor logro de la autora.
Sin embargo, al leer esos capítulos uno también tiene la impresión de que esa falta de intriga es a veces excesiva y que el lector va a preguntarse demasiadas veces a dónde está llevando la autora su historia, sus personajes y al propio lector. Como he dicho, todo eso queda resuelto en el capítulo final, pero en los anteriores ese extenso sentido de desorientación puede desanimar a más de uno. Si a esto unimos que el tono comedido de la voz narrativa reduce a menudo la intensa carga emocional que podrían haber adquirido varias de escenas, y que el lenguaje mismo, aunque trabajado y competente, no llega a las alturas líricas que suelen ser normales en las buenas novelas de ambiente, el resultado final no creo que sea el propio de una novela de primera línea.
A pesar de sus méritos, así de desorientado puede sentirse a menudo el lector de El bandido doblemente armado |
En pocas palabras, El bandido doblemente armado puede considerarse una novela breve digna pero no sobresaliente. Y, sinceramente, espero que tenga que cambiar mi opinión acerca de Puértolas cuando lea alguna novela suya de vuelos o ambiciones más altas. (Soledad Puértolas: El bandido doblemente armado. Barcelona: Anagrama, 1989, 138 pp.).