Unamuno clasificaba los escritores en ovíparos y vivíparos. Los primeros eran los que hacían “un esquema, plano o minuta de su obra” y luego trabajan sobre ese esquema, es decir “ponen un huevo y lo empollan”. Los segundos eran quienes “lo llevan todo en la cabeza”, allí lo dan vuelta y lo gestan, y “cuando sienten verdaderos dolores de parto … toman la pluma y paren… empiezan por la primera línea, y, sin volver atrás ni rehacer lo ya hecho, lo escriben todo en definitiva hasta la última línea”
No sé muy bien en cuál de los dos grupos incluiría Unamuno a Pombo, pero probablemente lo haría en el de los vivíparos, es decir, en el de los que no ponen huevos, que también era su grupo preferido.
Y es que esta es una novela de esas cuya acción y personajes parecen haber existido antes, dentro o fuera de la cabeza de su autor y que este sólo ha tenido que dejarles salir para que empezaran a vivir por su cuenta. Me imagino que gran parte de eso se debe al carácter más o menos autobiográfico que tiene la historia, por el lugar y la época en la que ocurre todo y por el tipo de sociedad que retrata Pombo, que se corresponde con las conexiones entre la España de la posguerra y la pre-guerra. Aunque Pombo no escapa a la repetición de algunos tópicos políticos o morales al respecto, la historia y los personajes no pierden en verosimilitud ni en identidad propia o creíble. Tampoco el autor necesita de acontecimientos extraordinarios o estrafalarios para sostener su argumento. Este lo constituyen la vida normal de una familia –eso sí, bastante disfuncional– que a través de la voz narrativa de una de las hijas va mostrando su pasado, su presente y en parte su futuro en un tono natural y salpicado de diálogos o escenas verdaderamente hilarantes. El clímax llega al final, después de una historia que a algunos lectores puede parecerles lenta e inconexa; pero aunque ese clímax era en parte inesperado no deja de encajar perfectamente con el resto de la trama. Todo un acierto, a mi juicio, lo mismo que el desenlace.
Y es que esta es una novela de esas cuya acción y personajes parecen haber existido antes, dentro o fuera de la cabeza de su autor y que este sólo ha tenido que dejarles salir para que empezaran a vivir por su cuenta. Me imagino que gran parte de eso se debe al carácter más o menos autobiográfico que tiene la historia, por el lugar y la época en la que ocurre todo y por el tipo de sociedad que retrata Pombo, que se corresponde con las conexiones entre la España de la posguerra y la pre-guerra. Aunque Pombo no escapa a la repetición de algunos tópicos políticos o morales al respecto, la historia y los personajes no pierden en verosimilitud ni en identidad propia o creíble. Tampoco el autor necesita de acontecimientos extraordinarios o estrafalarios para sostener su argumento. Este lo constituyen la vida normal de una familia –eso sí, bastante disfuncional– que a través de la voz narrativa de una de las hijas va mostrando su pasado, su presente y en parte su futuro en un tono natural y salpicado de diálogos o escenas verdaderamente hilarantes. El clímax llega al final, después de una historia que a algunos lectores puede parecerles lenta e inconexa; pero aunque ese clímax era en parte inesperado no deja de encajar perfectamente con el resto de la trama. Todo un acierto, a mi juicio, lo mismo que el desenlace.
Sus técnicas me han recordado bastante a las de Aparición del eterno femenino, que también he incluido en mi lista de recomendados. La voz narrativa es la de uno de los protagonistas que cuenta la historia propia y conversa con los demás personajes en un estilo cargado de oralidad y de discretas inserciones de frases en inglés o alemán que no obstaculizan mucho la lectura. También tenemos aquí la aparición de esos personajes inocentes o locos que dicen más verdades de las que los demás –incluido el lector– quieren o esperan oír, pero que acaban agradeciendo y viendo como parte de la sal de la novela, muy alejadas de las frases lapidarias y artificiales que asoman con frecuencia en otros autores (o autoras). Lo mismo puede decirse del lenguaje; Pombo no es un estilista sofisticado ni que asombre con su amplitud léxica, pero tampoco eso se echa de menos aquí. Por el contrario, menudean las frases y sentencias brillantes e inolvidables que en este blog merecerían casi una entrada aparte.
Por todo esto, y por algunas cosas más que dejo en el tintero, no me extraña que la novela recibiera el Premio Nacional de Narrativa en 1996, y los muchos elogios que reproduce también la contraportada, de los que selecciono el de Carmen Martín Gaite “Para mí, que soy muy pombiana, es su mejor novela”. Quizá, si algo puedo reprocharle, es una especie de pesimismo de fondo que no me acaba de convencer. Esa familia disfuncional no me parece sólo eso sino una suma de personajes que en general viven en mundos independientes entre los que no es posible establecer lazos comunitarios sólidos y fundacionales; por eso, quizá, a la protagonista-narradora no le queda más remedio que tomar la decisión que al final puede la misma que el autor ha tomado con respecto al mundo. Pero, como novela, Donde las mujeres funciona, y muy bien. No sé qué diría Unamuno de todo esto, pero creo que tendría que reconocer que esta criatura de Pombo iba a hacer las delicias de cualquier amante de los buenos libros.
P.D. Publico esta reseña poco después de leer algunas sobre El temblor del héroe, con la que Pombo ha ganado el Nadal de este año. En esas reseñas Pombo no sale muy bien parado que digamos. Yo aún no la he leído, pero si es tan flojita como dicen, quizá se deba al asunto de los huevos del que hablaba Unamuno. (Álvaro Pombo: Donde las mujeres. Barcelona: Anagrama: 1996, 280 pp.).
P.D. Publico esta reseña poco después de leer algunas sobre El temblor del héroe, con la que Pombo ha ganado el Nadal de este año. En esas reseñas Pombo no sale muy bien parado que digamos. Yo aún no la he leído, pero si es tan flojita como dicen, quizá se deba al asunto de los huevos del que hablaba Unamuno. (Álvaro Pombo: Donde las mujeres. Barcelona: Anagrama: 1996, 280 pp.).