viernes, 30 de enero de 2015

José María Merino y Astérix: 'El caldero de oro'


En la entrada a anterior que le dedique a José María Merino, a propósito de Cuentosdel Barrio del Refugio, me quejaba de que el lenguaje o el estilo de su libro no hacía justicia al título, en el sentido de que me parecía que al final ese lenguaje no era lo suficientemente lírico o emotivo como para producir un espacio urbano con vida propia. Por el contrario, notaba que me agradaba bastante la capacidad de Merino para crear historias y anécdotas nuevas y originales en un tipo de literatura –la fantástica que tiende a ser bastante rígida.

     Al leer El caldero de oro he tenido, en cierta medida, la  impresión inversa. Aquí gran parte del texto consiste en evocaciones subjetivas realmente cargadas de lirismo y realmente emotivas, con un lenguaje rico y completamente dominado en su léxico. No se nota ni que haya repeticiones superfluas ni carencias llamativas. Esto es especialmente notorio en esos capítulos escritos en segunda persona –algo no muy fácil o frecuente- pero que leídos  despacio y sin prisas, se puede llegar a superar la incomodidad que suele ser propia de las novelas líricas, es decir la falta de movimiento o de acción. Por otro lado, esos capítulos encajan muy bien en lo que es el tema general de la novela, la búsqueda del pasado, de la identidad del pasado histórico, de cómo el presente es el resultado de todas esas reencarnaciones que se nos evocan en segunda persona. Olores, sonidos, sensaciones táctiles,  recuerdos, evocaciones, sugerencias… Se dan cita en esos capítulos para al final de cada uno –con alguna excepción producir un retrato completo de una época del pasado. Tampoco cabe duda de que a esto contribuye grandemente la carga autobiográfica de la historia, muy ambientada en el León rural que tango gusta a Merino  y con claras alusiones a su vida familiar también.

      El contrapunto de la novela son los capítulos que narran la anécdota del presente, es decir, el viaje del protagonista a casa de su abuelo para buscar y lograr encontrar su pasado, su acumulación de reencarnaciones iniciada en los orígenes de ese caldero de oro, etc. Y esa parte del libro es lo que quizá cueste más leer si lo que se busca ahí es una anécdota entretenida, con clímax fuertes y momentos de tensión. No es que no los haya o que no se hayan podido crear, sino que toda la historia está narrada en un tono tan frío o sereno que al final aparece como sin relieve, sin llegar a enganchar en el nivel de las emociones.  

Por momentos no he podido evitar que las estrategias de 
búsqueda de ese pasado-caldero de la novela de Merino me 
recordara a las de Asterix y Obelix en busca 
de su caldero de sextercios
     Un asunto aparte –y se podría escribir todo un artículo académico al respecto- se refiere a las estrategias y mundos creados por Merino para recuperar ese pasado. Ahí tenemos el recuerdo recurrente de la infancia, la amistad con el abuelo y la frialdad con sus padres, el simbolismo de la casa y sus diferentes estancias –que habría servido muy bien para ilustrar la poética del espacio de Gaston  Bachelard esos contrapuntos evocadores del pasado…, etc. Todo ello me encaja y me convence, salvo el personaje de Olvido o, bueno más que el personaje, su nombre en sí. Es cierto que conviene al ambiente mítico y un poco parabólico de la historia, pero también es cierto que es el único nombre que me parece excesivamnete simbólico y obvio. Es decir, frente a otros como Lupi, Felisa, etc, de personajes de carne y hueso, Olvido es un nombre que hace que su personaje sea más bien etéreo, difícil de conciliar con el resto de los nombres. Se ha acertado con él si lo que se quiere es mostrar que la recuperación del pasado no puede evitar los olvidos y los vacíos, pero me parece que al final da la impresión de ser una alegoría o una idea a la que se la ha forzado a vivir en un  mundo de seres reales. Y eso no ayuda a la unidad del mundo que la  novela ha querido crear. Me parece.

    En resumen, una novela recomendable para quien guste de novelas líricas e inquisitivas. Muy lograda en este sentido. Menos la disfrutará quien vaya buscando en ella emociones y enganches. Es una novela para leer con sensibilidad poética, paciencia e intereses filosóficos, pero no tanto para disfrutar de argumentos, de personajes y de  ambientes. Muy bien escrita pero un poco sosa, como me decía un colega a propósito de otras obras de Merino. (José María Merino: El caldero de oro. Madrid: Alfaguara, 1981, 196 pp.)



martes, 20 de enero de 2015

Mary Shelley: 'Frankenstein'

El libro, mucho mejor que la película, otra vez.
Una de las ventajas que tiene vivir en Texas es que pasas tanto tiempo conduciendo que puedes 'leerte' miles y miles de audiolibros. Y una de las ventajas de internet es que un miles y miles de audiolibros pueden descargarse gratis de páginas como Librivox. Y otra de las ventajas de Librivox es que te permite descargar clásicos extranjeros que ayuden a sobrellevar a este blog la mediana altura de la actual novela española. Así que seguiré leyéndolos y reseñándolos de vez en cuando. 

En este caso, Frankestein ha sido una de las novelas que me ha resultado más irreconocible al compararla con la versión cinematográfica que conocía de ella (la de 1931), que a su vez es una adaptación teatral de la novela de Shelley. 

    En la película se pierden tantos elementos técnicos y argumentales de la obra original que casi ni se puede hablar de que se trate de una adaptación o versión de la misma. De todos ellos, el que más me ha llamado la atención es el propio personaje del monstruo, que nunca recibe un nombre en la novela, que tiene una carga de humanidad completamente ausente en la película y que, al menos para mí y junto con los arrepentimientos del dr. Frankenstein, es lo más atractivo de la historia.  Las conversaciones entre el monstruo y su creador a la mitad del libro, y la conversación, ya al final, entre el monstruo y el amigo del dr. Frankenstein justifican por sí solos la lectura de toda la historia. 

    En el fondo, más que una novela gótica o de terror -eso es producto del cine- es más una novela de trágica búsqueda  de la identidad y la propia felicidad del monstruo, que llega a darse cuenta de que no ha nacido de ninguna relación amorosa sino de un experimento científico y que ahora su creador hace oídos sordos a sus peticiones. Creo que en este sentido, como novela de búsqueda de identidad o de búsqueda de felicidad es una de las mejores que he leído. Al mismo tiempo tiene mucho de actualidad, como puede deducirse de este artículo acerca de la 'Generación ?', es decir de la crisis de identidad por la que están pasando las personas nacidas por métodos diferentes al de la relación entre sus padres biológicos.

    El inglés de Shelley no es muy barroco y se entiende fácilmente. En su mérito hay que recordar también que deben de contarse con los dedos de una mano las novelas que a la vez combinen su sencillez argumental, con la relativa complejidad orginanizativa -se trata de una novela epistolar- y sobre todo, con una carga de humanidad realmente profunda y duradera; por eso creo que nunca dejará de ser un clásico.

sábado, 10 de enero de 2015

Belén Gopegui: El comité de la noche

El comité de lo real,
otra moralina bien escrita
o un thriller sin

color local
Aquí voy también a empezar diciendo lo que he repetido en otras reseñas acerca de las novelas de Gopegui, como Deseo de ser punk o Acceso no autorizado, es decir, que Gopegui me parece una buena escritora, de las mejores que podemos tener ahora en España, aunque por desgracia lo sigue estropeando todo cuando se mete en esos vericuetos políticos y en argumentos de intención político-moralizante.

     He leído en otras reseñas precisamente lo contrario, que la peor Gopegui es la del lenguaje lírico y la mejor es la de las reivindicaciones sociales. La verdad es que no puedo estar de acuerdo. Primero porque ese lenguaje es quizá de los más originales y conseguidos de la novela española actual, tan necesitada precisamente de renovaciones serias y que sean capaces de perdurar en el futuro. Porque, al paso que vamos, me temo que muy pocos novelistas contemporáneos vayan a engrosar la lista de clásicos en futuros cánones.  Y segundo porque la historia literaria ha mostrado repetidamente que cuando las novelas se ponen ciegamente al servicio de una idea política pierden lo que es más deseable en ellas, es decir, su capacidad de analizar y ensanchar la comprensión de lo humano, de presentarnos personajes vivos, situaciones complejas y cuestionamiento continuo de valores y esquemas.  Y esto es algo que no ocurre en El comité de la noche, que en ningún momento cuestiona la utopía que propone.

    No le quiero negar tampoco los méritos que tiene la novela. Gopegui me parece una escritora inteligente y llena de recursos; así por ejemplo esos momentos en que el escritor profesional recibe las narraciones de Carla se pueden convertir en una estupenda reflexión sobre la creación literaria; o ese cruce de voces y perspectivas narrativas, que combina la mesura con la variedad, me parece igualmente acertado.  

   Sin embargo, todo lo demás me suena a consabido e incluso a repetitivo. El planteamiento de fondo es el mismo que en Acceso no autorizado y en Deseo de ser punk; la denuncia victimista frente al sistema, Estado, capitalismo o como lo quiera llamar la autora; su nostalgia llena de escrúpulos por un socialismo que no supo –porque no puede- arreglar los problemas del mundo; la instalación del capitalismo neoliberal como la principal referencia socioeconómica, el poder de la gente común (¿15M, Podemos?) para cambiar todo esto;  desahucios, parados, etc., etc.

     Como en Acceso no autorizado,  aquí se pretende también dar un tono de thriller o bestsller a la acción, con buenos y malos, con espías y dobles agentes, con giros inesperados (la mochila de Carla, etc.). Algunas de esos momentos están bien conseguidos, como puede ser también la investigación implícita en el mercado y técnicas de la conservación de plasma. Sin embargo, y esto me parece penoso, no veo por ningún lado el color local en las escenas ubicadas en Eslovaquia. Todo lo referido a estas escenas parece haberse solucionado con una mera consulta a algún atlas o a alguna lista de nombres eslavos, pero creo que ningún lector podrá hacerse realmente la mínima idea que cómo pueden ser  las calles, la gente, los edificios, etc… de esta nación y de su capital. Y esto es algo que es muy difícil perdonar en un libro así.

     Finalmente, tengo que reconocer que parte de mi crítica negativa al planteamiento de este libro puede deberse a mi propia experiencia en esos comités político-espontáneos que en mis años de estudiante se creaban en la universidad para arreglar el mundo o organizar huelgas. Lo que vi es que  al final sólo estaban encaminados a servir a los intereses de algún partido político de nivel nacional, pero muy pocas veces tenían que ver con las necesidades reales que yo consideraba más urgentes. Y eso por no hablar de la manipulación que uno sentía al participar en esas asambleas y del espíritu de impenetrable camarilla que uno notaba en las élites directoras, “populares e igualitarias”. 

     Porque  la experiencia también me dice que esos mesías políticos acaban invocando la voz del pueblo para apropiarse de ella y utilizarla como  moneda de cambio. En ningún comité de esos vi nunca un espíritu de autocrítica ni un reconocimiento de errores propios, y mucho menos la aceptación de que las personas que no comulgasen con sus ideas mereciesen, como personas, el mismo trato que ellos pedían para sí mismos. El victimismo y el mesianismo tienen siempre esos riesgos. Por eso sigo prefiriendo Lo real, seguramente la más humana de todas sus novelas. (Belen Gopegui: El comité de la noche. Random House, 2014, 272 pgs.)



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