miércoles, 29 de abril de 2015

Arturo Pérez Reverte: 'Hombres buenos'

Interesante metaliteratura pero
tópica moralina y
mediana como novela
Aunque al comienzo y durante buena parte de su lectura, esta novela me estaba pareciendo un poco más ambiciosa que otras de Reverte, al final no he podido evitar una sensación de fuerte decepción. Sobre todo porque no me parece que Hombres buenos vaya más allá de las novelas de tesis del siglo XIX, donde todo se sacrifica a una moralina directriz y se perjudica así lo que hace más duradera a una novela, como suele ser la humanidad de sus personajes, la autonomía de su argumento o la propiedad de su lenguaje.

Hombres buenos no cambia  mi opinión sobre su autor, del que ya he reseñado aquí alguno de sus Alatriste, El club Dumas y El francotirador paciente. Me sigue interesando su afán de contar historias, su empeño para documentarlas seriamente y su habilidad para construir escenas sueltas. Menos me convencen como logros literarios la monotonía de sus diatribas o ese estilo que no acaba de encontrarse a gusto en los niveles lingüísticos más exigentes.  

Y reconozco que a esta novela no le faltan méritos. Entre ellos y de forma principal la esa dimensión metaliteraria conseguida con alternancia de voces entre el autor-novelista que recuerda  la elaboración de la novela y el narrador que cuenta el viaje de los dos académicos. Como asumo que la primera es realmente histórica,  creo que se trata de un libro  especial pues lo normal es que en casos semejantes los autores-novelistas (Juan Valera en Pepita Jiménez por ejemplo) llenen de ficción lo que presentan como  verdadero.  Otros méritos serían la labor de documentación acerca de asuntos como los fondos bibliográficos de la Academia, la literatura libertina, la historia de la marina, la sociedad y costumbres francesas del siglo XVIII, etc, etc. 

Pero al final, me parece que las disquisiciones y debates filosóficos de don Pedro y don Hermógenes, y sobre todo las ideas encarnadas por el primero, acaban empañando seriamente la historia y la vida propia de los personajes. Obviamente, si lo que pretende Pérez Reverte es que nos quede claro lo que piensa él acerca de la tensión entre fe y razón, o de su querida y la vez denostada España, eso está plenamente conseguido, y no creo que haya que objetarle nada, salvo que quizá es la misma historia de siempre. Pero si lo que pretende es crear personajes de carne y hueso me parece que se queda muy lejos.  

Tanto don Pedro, como don Hermógenes, don Manuel o don Justo parecen ser sobre todo figuras de cartón-piedra, símbolos inertes de lo que Pérez Reverte consideraría respectivamente un caballero ideal, un catolicismo dialogante (y un poco tonto), un catolicismo atrincherado o casposo y una pedantería erudita. A veces sí hay respiro de humanidad en ellos, pero es precisamente cuando dejan esos papeles...Esto, por supuesto, tiene el peligro de las reducciones maniqueas. Nada intermedio, nada que haga a unos o a otros cambiar lo prefijado, nada que recuerde zonas grises, vaivenes interiores o posibilidades contrarias. En este sentido quizá sólo quepa salvar a Bringas, probablemente el personaje más auténtico e irreductible de todos.  

Porque tampoco Pascual Raposo, el malo-malo de la peli me ha parecido tan bien conseguido. Es más bien un ejecutor autómata, que pasa la mitad de la novela con prostitutas que nada tienen que ver en la historia y la otra mitad cumpliendo su encomienda pero desde desde lejos y sin mojarse. Y, por supuesto, sus aventuras con esas cortesanas son completamente prescindibles; pocos episodios he leído tan inútiles para una novela como el de las relaciones entre Raposo y la maritornes parisina.  Con la cantidad de historias e incidentes más en línea con la historia principal que se hubieran podido crear en el París prerrevolucionario... Diem perdidi, que dirían los romanos....

Y pasando a la anécdota, como ya he dicho, creo que estamos ante una novela de tesis; por ello demasiado frecuentemente la aventura queda en un segundo plano. Al final de su lectura lo que seguramente el lector acabe pensando es qué bonitos son los ideales ilustrados ejemplificados en don Pedro y cuánto vale sacrificarse por la cultura y el libro…, o cosas análogas. No creo que ese lector acabe viendo en esos personajes figuras verosímiles ni que la historia se haya desarrollado como una novela de aventuras: los viajes de ida y vuelta a París sólo tienen cada uno un momento de complicación, la estancia en París transcurre casi toda entre diálogos filosóficos y galantes y escenas de cama, y por momentos la Enciclopedia o parece prácticamente olvidada o se llega a ella de  forma relativamente facilona,  sin nada que recuerde a la tensión de una buena novela detectivesca. Y qué decir de esa escena inicial del duelo, que luego no es ni mucho menos el asunto principal de la historia… parece como si se hubiera puesto al comienzo de la narración con calzador como una especie de anzuelo, para que el lector quede enganchado con un argumento que, de otra manera hubiera resultado mucho menos atractivo

Dejo de lado otros asuntos menores, unos de mayor agrado o aciertos que otro. Por ejemplo el uso del presente histórico en las escenas de la historia narrada (¿Azorín?), la mezcla de personajes reales e históricos en una pesquisa bibliográfica (¿Borges?), la presencia del profesor Francisco Rico como personaje usado y gastado en las novelas de Javier Marías (el amigo de Pérez Reverte que también publica en Alfaguara), la pulla para Andrés Trapiello (que no publica en Alfaguara), la fragilidad filosófica del racionalismo de don Pedro (que los románticos alemanes o algún apologeta cristiano con más cerebro que d. Hermógenes -F. O'Connor, Chesterton- habrían demolido con un par de frases) o  esos vocablos que me temo sean anacronismos puestos en personajes del XVIII (“rebotarse”, “tío”, “no me jodas”, “tocar los huevos”, “salir de los cojones”)... Pero bueno, ya sabemos que el escritor tiene sus libertades (que sólo la literatura puede limitarle)  y que a Pérez Reverte hay cosas que no puede o no quiere controlar, o que, sencillamente, le importan tres */@*!

En resumen, otra novela de buenas intenciones, que puede funcionar como metaliteratura, pero no como novela, si por esta entendemos el espejo a lo largo del camino de la que hablaba Stendhal o si buscamos algo que vaya más allá de una simple moralina. (Arturo Pérez Reverte: Hombres buenos. Madrid. Alfaguara. 20015, 592 pp.)






lunes, 20 de abril de 2015

Andrés Trapiello: 'Ayer no más'

Novela de más intenciones
que logros; o con técnicas
ya tópicas que quizá

quieren pasar 
por originales
Durante la lectura de este libro comentaba con un amigo la tendencia de los novelistas españoles contemporáneos a dar más importancia a las técnicas estrategias narrativas que al argumento mismo. En otras palabras, que la novela española actual es una novela formal o amanerada pero no una creadora de grandes historias o de grandes personajes. Que hay pocos narradores con ganas de contar o inventar nuevos mundos (Obviamente aquí no incluyo los best-sellers, que pecarían por el otro extremo).

Y esta novela de Trapiello no ha hecho más que confirmarme en esa idea. Está claro que es una novela de buenas intenciones en un tema que hacen mucha falta, como es insistir en el hecho de que en la Guerra Civil, como en todas las guerras, no se pueden hacer clasificaciones simplistas entre buenos y malos, y que lo más normal, como ocurrió en nuestra Guerra, es que haya conductas heroicas y ruines en los dos bandos. Y que esas conductas heroicas y ruines continúen después, cuando revisionismos como los de la Memoria Histórica se apropien el papel de dioses imparciales. Y, en esta novela, el hecho de que al final todos los personajes acaben de una manera u otra degenerándose humanamente o pagando las consecuencias de la resurrección de los fantasmas me parece lo mejor del libro y del planteamiento de Trapiello.  Pero, como novela, me parece que no funciona.

Y creo que no funciona porque al final pesan más las disquisiciones y sermoneos de los personajes en esa dirección que la propia humanidad de éstos. Es cierto que se notan esfuerzos por individualizar a todos ellos, pero al final lo que resulta es una novela de tesis, con estereotipos por todos los lados, una novela de tesis sin recato alguno a pesar de que recibiera el Premio a la Mejor Novela de 2012. Técnicamente hablando, Ayer no más tampoco me dice nada nuevo. La oralidad con que Trapiello hace hablar a algunos personajes se me queda muy lejos de lo que he leído en Rulfo, Pombo o Jiménez Lozano. Y de novelas corales o de voces múltiples, están siendo ya tan abundantes que  están haciendo olvidar al autor-narrador y planteando la duda de si los escritores españoles pueden emular a los grandes novelistas del XIX y no darles por superados. Y aunque hay ejemplos logrados –en este caso me parece más conseguida El día de mañana, de Martínez Pisón- me temo que está empezando a haber demasida comodidad en esta actitud.

De la misma forma, ese giro final, donde el libro que estamos leyendo es también el libro que el protagonista está escribiendo, ya empieza a ser demasiado frecuente. Ya hablé un poco de ello acerca de Soldados de Salamina  y de La velocidad de la luz, ambas de Javier Cercas. La pequeña novedad en el libro de Trapiello es que incorpora la portada a ese juego metaliterario, pero como estrategia y aunque puede sorprender en una primera lectura del libro, no hay que pensar que sea nada extraordinariamente original.

En fin, una novela que se lee bien, de encomiables intenciones antimaniqueas a las que otros como Almudena Grandes parecen no poder llegar, pero que como artificio literario, como novela, tampoco creo que pase a engrosar la lista de grandes narraciones españolas contemporáneas. (Andrés Trapiello: Ayer no más. Barcelona: Destino, 2102, 310 pp.).



viernes, 10 de abril de 2015

Lo políticamente correcto, o cómo matar el lenguaje

Ya llevo un buen grupito de entradas dedicadas a la dictadura de lo 'políticamente correcto', según la cual -la frase no es mía- 'hay unas verdades que se pueden decir y otras que no'.  Obviamente la expresión en sí es una trampa, pues quien define lo 'correcto' no es sino el poder de turno, que cambia con el tiempo o con los votos. Pero como estamos en un blog literario, lo que aquí lo que me interesa es decir que esa corrección puede matar la literatura, la poesía, la libertad de expresión, o destruir los clásicos. Se mire como se mire no parece más que un eufemismo para la palabra 'censura' ...  A fuerza de ser políticamente correctos podemos acabar utilizando las palabras para no decir nada. 

¿Os imagináis pedir a Valle Inclán, a Baroja, a Blas de Otero o a Jiménez Lozano que fuesen políticamente correctos? Otra cosa es que tengamos que saber guardar el respeto a quien no piensa como nosotros, o como dice Habermas, que tengamos que seguir las reglas de la 'ética del discurso', donde el punto de partida es la igual dignidad de todos los interlocutores, sean estos hombres o mujeres, liberales o conservadores, creyentes o incrédulos, gais o 'straights'. Y otra cosa también es que juzguemos al pasado con esquemas del presente o que necesitemos una visita al psicólogo para que nos ayude a superar susceptibilidades enfermizas y acomplejadas ... y es que si no, podemos acabar como el pobre José Mota en este vídeo, víctima de la muerte de las palabras y las ideas

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