Es esta una novela para cuyo argumento pueden caber varias interpretaciones, que no tienen por qué ser excluyentes. Puede verse por un lado como una reflexión sobre la esencia de Europa, sobre su pasado y su futuro, y también un episodio autobiográfico clave en el que cuenta el viaje a los orígenes personales, unos orígenes que son difíciles de hallar y que no producen un resultado fácil o unívoco. En cuanto a su calidad literaria, me ha parecido una buena novela, bien escrita, pero quizá con un sentimiento de intriga demasiado débil como para que llegue al lector más convencional.
Conozco algunos ensayos de Argullol, como El Héroe y el único, que además de lúcidos siempre están bien escritos. Y creo que esa condición suya de ensayista a la vez es lo que ayuda y lastra esta novela. La ayuda porque evidentemente se trata de una novela cuyo argumento llama a hondas reflexiones y la aleja del mero entretenimiento. Y también porque ese afán de los ensayistas de ahondar en sus ideas y llevarlas hasta el fondo hace de ella una narración y un argumento muy compactos y bien medidos, sin cabos sueltos ni ideas o propuestas que se queden a medio camino. El dominio del idioma del autor además ayuda a que esos propósitos lleguen a buen término y se eviten repeticiones, frases facilonas o tópicos estilísticos. Los párrafos de cada capítulo, de cada episodio, se muestran también completos y sólidos, bien trabajados y perfectamente cerrados en su construcción.
El problema, si se quiere ver así, es que ese estilo es a veces demasiado objetivo o informativo, demasiado aséptico y con poca carga emocional, algo que también puede achacarse a toda la historia. No estoy reclamando del autor un sentimentalismo barato, pero sí me parece que algunos pasajes –no todos– se deberían haber redactado con un poco menos de frialdad. El argumento puede enganchar, pero creo que la conexión del lector con él va a ser mucho más intelectual que emocional. Y en la novela no faltan pasajes logrados y brillantes a los que se podría haber sacado mucho más fruto, como son el encuentro y el concierto con Vera, la visión-sueño de las múltiples habitaciones, la inauguración del puente, etc. Esta dimensión intelectual o alegórica de la novela también puede encontrar algunas críticas. Por ejemplo el reducir Europa o Transeuropa a uno o dos lugares del Este es realmente una simplificación que no se corresponde con la realidad histórica. De la misma manera, el olvido de la Europa occidental deja bastante coja la novela, si esta se entiende como un intento de dar con la identidad total del continente; lo mismo ocurre con algunas simplificaciones acerca de la historia europea, del papel de las religiones o de algunos estereotipos nacionales.
De todos modos, vista en su conjunto, no deja de ser un intento interesante y meritorio. Frente a tanta novela española que parece no superar unas miras aldeanas y una problemática de charanga y pandereta, vienen bien trabajos como este, que pueden hacer que el lector se sienta incómodo en territorios desconocidos y no domesticados y le lleven a pensar que más allá de sus fronteras existen entidades que forman parte de su identidad y que hay que intentar descifrar por todos los medios posibles, siendo la ficción uno de los principales. (Rafael Argullol: Transeuropa. Madrid: Alfaguara, 199, 236 pp.)