La verdad es que después de haber leído y disfrutado Juegos de la edad tardía, encontrar algo tan diferente y tan inferior no ha dejado de sorprenderme. Usando una de las comparaciones del mismo Landero en este libro (pp. 125-126), tengo la impresión de haber salido a buscar un imperio para al final acabar encontrando unas borriquillas.
Aunque Entre líneas aparezca a veces presentada como novela creo que es más propio entenderla como una autobiografía narrada en clave (Manuel es claramente un trasunto de Landero), que incluye también algo de ficción y sobre todo una buena dosis de meditaciones personales del autor que acaban acercando esta narración al género del ensayo. Los diecisiete capítulos se organizan de forma alternada, con los impares escritos en tercera persona y narrando la vida de Manuel como profesor y poniendo en voz alta sus reflexiones, y los pares que son en general recuerdos en forma autobiográfica de ese Manuel. Esta alternancia al principio se siente un poco deslavazada, aunque según progresa la novela ambas líneas se van entrelazando bien y acaban simbióticamente unidas en el capítulo último mediante el empleo de ciertos leitmotivs que han ido apareciendo en ambos grupos de capítulos.
Los capítulos impares tratan de recrear casi siempre el tono y el estilo de Azorín, sobre todo el de Confesiones de un pequeño filósofo. Por ello, las frases suelen ser de sintaxis sencilla y lineal, y temáticamente orientadas hacia una llamada de atención sobre las cosas pequeñas o más cotidianas. Esto tiene sus riesgos, que Landero aquí no parece siempre superar. Y es que intentar redimir lo ordinario tiene el peligro de caer en la trivialidad, y de hecho el principio de la novela da esa impresión, que se está asistiendo a confesiones sobre asuntos huecos que no parecen llevar a ninguna parte ni adquirir ninguna trascendencia. Aunque ese tono azoriniano no se mantiene igualmente uniforme en todo el libro –y realmente no sé si este es un objetivo del autor– quizá lo peor sea que la profundidad de esas reflexiones es bastante desigual. Y así junto a algunas interesantes y originales, nos encontramos otras muy manidas y excesivamente obvias. Algunas propuestas sobre la literatura o la intertextualidad no van más allá de lo que se puede encontrar fácilmente en cualquier manual de historia o crítica literaria y por ello el disfrute del libro va a depender bastante de la familiaridad del lector con esas ideas. Algunos de los temas que toca son la cultura, la enseñanza de la literatura, la intertextualidad, la relación entre literatura y vida, la calidad de los escritores…, variedad que en su conjunto no creo que llegue a convencer como algo bien trabado o expuesto de forma innovadora. Lo cual no quiere decir que no sean acertadas, especialmente sus críticas a la masificación y vulgarización cultural o sus reflexiones sobre la enseñanza de la literatura.
Si algo salva a este libro creo que es la resolución de la imbricación de esos dos discursos, su estilo fluido y algunas de las anécdotas aisladas con que se interpolan o intercalan esas reflexiones (un ejemplo puede ser la historia de Esteban). Pero de todas maneras al final, al compararlo inevitablemente con Juegos de la edad tardía, la impresión no puede ser más que la de la decepción. Por ningún lado he visto aquí los logros formales de aquella novela ni tampoco la emergencia de un mundo con consistencia propia. Espero que los otros libros de Landero que aún no conozco sean mucho mejores que este, porque creo que es lo lógico esperarlo de quien escribió una de las novelas más interesantes de los últimos cincuenta años. (Luis Landero: Entre líneas: el cuento o la vida. Barcelona: Tusquets, 2001, 162 pp.).