sábado, 10 de septiembre de 2011

Los enamoramientos (Javier Marías)

Hasta el momento mi apreciación por la obra de Marías ha ido pasando del entusiasmo (Corazón tan blanco) a la inquietud (Negra espalda del tiempo),  para llegar ahora, con Los enamoramientos, a una preocupante decepción. Decepción por varias razones, a pesar de  mi reconocimiento de la capacidad hipnotizante de su lenguaje. Pero el lenguaje solo no hace una buena novela, y en Los enamoramientos hay poco más que salvar.

      En primer lugar decepción por la disonancia entre el título y el verdadero tema del libro. El título puede hacer pensar que Los enamoramientos versa sobre la entidad y características del amor o de las relaciones amorosas, y puede que hasta el propio Marías haya pretendido convertirlo en el asunto principal. Sin embargo creo que el lector más atento se acabará dando cuenta de que al final toda la historia amorosa, con crimen incluido, no es más que un pretexto para que Marías vuelva sobre uno de sus temas más repetidos, y por eso más cansino y monótono. Y es que al final el amor o los enamoramientos quedan en un segundo plano, desplazados por la idea de que no hay certeza posible, de que todo es incertidumbre o en el mejor de los casos simple palabrería con buenas intenciones.  Por ello se dejan tantos cabos sueltos acerca de los pormenores del asesinato de Miguel, porque el autor cree sencillamente que no puede haber otro modo de hacerlo. Como esto es algo que Marías repite hasta la saciedad en otras novelas, el lector no puede sino quedarse con la duda de si lo que ocurre con Marías es que está tan atrapado  en esas coordenadas que no es capaz de salir de ellas y que todos los demás temas que trate  en sus novelas (amor, guerra, etc.) van a quedar inevitablemente neutralizados por ese escepticismo. 
     Tampoco queda muy claro si el título que ha elegido Marías quiere suplantar al tema del amor como tal o no, pero en cualquier caso y como aviso al lector que espere una novela romántica no puedo más que desaconsejarla. Salvo el caso de Miguel y Luisa, que se presentan verdaderamente como una “pareja perfecta”,  las demás combinaciones (María-Javier; María-Leopoldo, Javier-Luisa, etc.) están más bien definidas por las triangulaciones, el  egocentrismo o la superficialidad que por el verdadero compromiso. De forma análoga, el lector se va a quedar con la duda a cerca de la posibilidad real del amor, de vivir enamorado. Al tratar del amor –o mejor de los enamoramientos– y de otros temas adyacentes en este libro es donde se vierten muchas de las reflexiones  caras a Marías, como pueden ser el olvido, la fatalidad, la impunidad, la conciencia… Entre esas reflexiones algunas son más o menos brillantes, pero también abundan las obviedades y perogrulladas.  Y lo mismo ocurre con otras acerca de asuntos como el amarillismo periodístico, la política española, la vida literaria… Lo grave en este caso es que esa crítica es siempre negativa y cínica, y nunca constructiva. El remate a todo esto lo da María, la protagonista y narradora, que podía haber contribuido a una solución positiva del conflicto, por costosa que fuera, pero que al final decide abstenerse. Esto encaja bien en la filosofía escéptica de Marías, pero me parece que es una estúpida contradicción después de haber estado denunciando la falta de funcionamiento de tantos niveles de la vida española.
      Algunas cosillas más. 1) Como en Negra espalda del tiempo Marías vuelve a cebarse aquí  en la figura del profesor Francisco Rico, que puede representar la erudición inútil o la soberbia académica. No digo que algunos de los momentos no estén logrados, pero tanta repetición, de nuevo, da la impresión de agotamiento e incluso produce el efecto contrario. 2) La voz narrativa elegida por Marías es la de María Dolz, empleada en una editorial. En cuanto a la narración  hay momentos en que esa voz sí suena a femenina, pero en su mayoría se nota demasiado que sigue siendo la voz de su amo, por el estilo y por el tono. A Marías le pasa aquí un poco lo mismo que a Juan Benet, uno de sus maestros,  que al dar tanta prioridad al lenguaje acaban matando a sus propios personajes.  Además al presentar a María desde el principio como trabajadora de una editorial, el lector más avisado  ya sabe que eso va a traer como consecuencia inevitable y aburrida por su falta de originalidad la crítica del mundo literario, de escritores cuyos nombre en clave se ridiculizan. Todo ello, de nuevo sin proponer soluciones de ningún tipo.  3) Los continuos desmentidos  o relativizaciones de partes de la historia contada anteriormente (versiones diferentes de periódicos sobre el crimen,  versiones divergentes del apellido de Miguel, errores de traducciones, etc.) reflejan  bien esa idea de la imposible certeza que propone el libro, pero al final dejan la historia con una consistencia tan frágil que uno no sabe si realmente qué partes de ella son ciertas y cuáles no. Esto puede gustar una vez, como en Corazón tan blanco, pero al repetirse de nuevo, el lector tiene derecho a preguntarse si un escritor que ha recibido tantos elogios es capaz o no de crear mundos y registros diferentes, como lo hicieron o lo están haciendo Miguel Delibes, José Luis Sampedro o José Jiménez Lozano
      Al final, para mí, solo se salvan la descripción de la felicidad amorosa inicial de Luisa y Miguel, el momento en que se revela la cara en principio oculta del asesinato de Miguel y el lenguaje de Marías. Por eso creo que la foto de la portada es un buen resumen de todo el libro; una feliz pareja pero vista como reflejo, no como realidad, porque ya se encarga el narrador de decirnos, una vez más, que esa realidad no es fija, que no existe. Pero esto es algo que nos lleva diciendo desde hace mucho tiempo y que nos lleva a concluir, con el refranero español, que “para este viaje no hacían falta tantas alforjas”, ni tampoco cuatrocientas páginas.  (Javier  Marías: Los enamoramientos. Madrid: Alfaguara, 2011, 401 pp.). 


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