jueves, 8 de diciembre de 2011

La estrategia del agua (Lorenzo Silva)

He leído esta novela con la referencia inevitable  de El alquimista impaciente, la anterior novela de Silva con Vila y Chamorro como protagonistas. También lo he leído para “desengrasar un poco”, pues ya llevaba tiempo deseando leer algo ligerillo. Y, como El alquimista, La estrategia me ha entretenido y me ha dado alguna que otra agradable sorpresa, pero me parece también que tiene demasiadas lagunas. Es una  novela donde siguen gustando los personajes de Vila y Chamorro,  donde por fortuna la intención es políticamente incorrecta pero donde el caso se resuelve con excesiva facilidad.   
     Los dos novelas comparten algunas virtudes técnicas y formales, entre ellas la facilidad de lectura y la sencillez estilística; también la intriga creada desde el principio y bien mantenida hasta el final y los diálogos divertidos –a veces quizá demasiado insistentes–  entre Vila, Chamorro y Joan Arnau, el nuevo miembro del equipo. El hecho de que Silva se haya basado en parte en un suceso real (la llamada ‘Operación Garaje’), puede explicar que algunos de los personajes laterales, como Monserrrat o Magdalena tengan un poco más de consistencia que los personajes paralelos de
El alquimista.  En cuanto a Arnau, la contraportada quiere vender la idea adicional de una evolución psicológica profunda en la relación entre este y Vila, pero, la verdad, a mí me ha parecido  algo más bien mecánico y bastante visto y revisto en películas y series televisivas. Por el contrario, la relación con Chamorro va haciéndose más entera y singular, y, a pesar de algunas repeticiones, sigue siendo de lo más original de la novela. También tienen su mérito algunas páginas sobre el Madrid nocturno, un poco más líricas y personales que el resto, y creo que es una veta que Silva debería explorar con más frecuencia. De la misma forma, la presentación del desencanto profesional de Vila está conseguida pero creo que se insiste demasiado  y a no ser que Silva le dé continuidad en novelas posteriores, parece ser más bien un añadido sin funcionalidad real en la totalidad del argumento.
      Pero frente a esos méritos me parece que pesan algo más las limitaciones. Aparte de ese estilo que no defrauda pero que tampoco acaba de despegar y lograr unas claras marcas de originalidad, el desarrollo del argumento me ha parecido bastante inferior a El alquimista y  a otras novelas semejantes. Quizá sea a causa de su base histórica pero el hecho es que la resolución del asesinato se da de forma demasiado mecánica y “facilota”. Es decir, este no se resuelve tanto por la pericia e ingenio de Vila y compañía sino por las ayudas, facilidades  y confidencias que estos reciben de colegas, soplones, escuchas telefónicas, etc. Realmente ellos tienen que poner muy poco de su parte, y se limitan a encajar mecánicamente los datos que reciben de esas ayudas.   Hay demasiado trabajo de oficina y tecnología y muy poco trabajo de campo, y por eso, al final, uno tiene la sensación de haber pasado más tiempo en un laboratorio de criminología que en una serie de intercambios y entrevistas donde detectives y sospechosos y testigos dejan ver lo que suele ser más interesante en este tipo de novelas. La parte positiva, si se quiere ver así, es que esa atención que aquí recibe la tecnología es, sin duda alguna, un reflejo de la presencia que esta está realmente adquiriendo en la vida de todos los días.
     Aparte de la base real de la historia, la intención de denuncia por parte del autor es otra de las razones que me parece que explica algunos aspectos más (negativos y positivos) del libro. Entre los primeros, a veces esa denuncia es demasiado evidente y parece convertirse en un pequeño sermoneo criticando la corrupción o ineficiencia del sistema judicial español y su connivencia con algunos postulados de la ideología de género. Poco nuevo en este sentido. Por el lado positivo creo que está la crítica de Silva a lo que se quiere imponer como políticamente correcto (en este caso, manifestaciones como la ideología de género, el culto al cuerpo, etc.). En sus momentos más logrados, La estrategia se convierte en un alegato a favor de la libertad de pensamiento y de apoyo a un grupo de personas (los padres y hombres) que han tenido que sufrir las limitaciones del sistema o de otras personas que han abusado de esas leyes (leyes cuya intención me parece justa, obviamente). Por eso La estrategia hay tanto hombres buenos y malos como mujeres buenas y malas, como en la vida misma, y por eso La estrategia no es un libro apto para machistas cerriles ni para feministas dogmáticas. Porque además ganan los buenos.
      En resumen, una novela mediana, para pasar el rato, que se lee rápida y fácilmente, con algún mérito formal aislado, un valor de denuncia justo y claro, y un perfil de personajes donde se alterna lo más y lo menos conseguido (Lorenzo Silva: La estrategia del agua. Barcelona: Destino, 2010, 384 pp.).






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