Hacía tiempo que no leía una novela como esta, creo que desde La escala de los mapas, de Belén Gopegui, y La lluvia amarilla, de Julio Llamazares. Con ellas comparte ese peculiar empleo del lenguaje lírico y cuidado, para narrar, en este caso, varias historias entrecruzadas. Y aquí es donde suele estar la clave para este tipo de escritura, porque ya desde el comienzo selecciona a sus lectores. Aquellos que vayan buscando un relato lineal y un lenguaje aséptico o neutro no creo que puedan disfrutarla. Quienes busquen una literatura un poco más exigente, tan preocupada por lo que se cuenta como por el cómo se cuenta y el intento del autor de trabajar conseguir una voz y un estilo personal, encontrarán aquí un libro a la medida de sus expectativas y acabarán su lectura con la satisfacción de haber leído algo original y enriquecedor.
Según la contraportada, el diccionario de María Moliner define la palabra "labia" como "la habilidad para decir cosas agradables o convencer con palabras." Y eso es lo que creo que aquí consigue muy bien Eloy Tizón. La voz o las voces que cuentan las historias parecen hablar por el gusto de hablar y relatar cosas nuevas, y también por el gusto de disfrutar con las posibilidades que ofrece el lenguaje sin necesidad de llegar a sofisticaciones estilísticas excesivas. Es un lenguaje lírico de la sencillez oral y la cotidianeidad. Lo cual va muy bien con las historias que se cuentan, que en general recuerdan un poco a aquellos "primores de lo vulgar" Ortega y Gasset señalaba para los relatos y el estilo de Azorín. Ese grupo de historias o la anécdota vertebradora del joven protagonista no se suelen elevar al nivel de historias extraordinarias, y se quedarían más bien en el nivel de la más humana intrahistoria que reivindicaba Unamuno. Aún así, el relato entre épico y fantasioso de Carlomagno y la princesa Mármara aclara también que Tizón puede llegar con éxito a otros registros diferentes, volviendo a demostrar que es un autor con labia, de la buena. O la singularidad de Óscar, el niño que no puede crecer, por poner otro ejemplo..., o la del escultor peregrino y agonizante en París....
Con la historia central se identificarán fácilmente los lectores que quieran evocar la España de los 70 y los 80, que Tizón describe con tonos un poco pesimistas pero no amargados, y hasta con una independiente mirada crítica hacia algunos momentos o figuras culturales más estereotipados de la Transición. Lo cual también se agradece, después de tantas novelas reduccionistas o maniqueas al respecto. En definitiva, un libro de esos que hay que leer por original y esperanzador, por mostrar que no todo en la novela española contemporánea son conformismos literarios o medianías políticas. Solo me queda agradecer a Lector Amateur el haberme sugerido la lectura de Tizón. Sin ello, este blog contaría con un libro menos en la lista de recomendados.
Según la contraportada, el diccionario de María Moliner define la palabra "labia" como "la habilidad para decir cosas agradables o convencer con palabras." Y eso es lo que creo que aquí consigue muy bien Eloy Tizón. La voz o las voces que cuentan las historias parecen hablar por el gusto de hablar y relatar cosas nuevas, y también por el gusto de disfrutar con las posibilidades que ofrece el lenguaje sin necesidad de llegar a sofisticaciones estilísticas excesivas. Es un lenguaje lírico de la sencillez oral y la cotidianeidad. Lo cual va muy bien con las historias que se cuentan, que en general recuerdan un poco a aquellos "primores de lo vulgar" Ortega y Gasset señalaba para los relatos y el estilo de Azorín. Ese grupo de historias o la anécdota vertebradora del joven protagonista no se suelen elevar al nivel de historias extraordinarias, y se quedarían más bien en el nivel de la más humana intrahistoria que reivindicaba Unamuno. Aún así, el relato entre épico y fantasioso de Carlomagno y la princesa Mármara aclara también que Tizón puede llegar con éxito a otros registros diferentes, volviendo a demostrar que es un autor con labia, de la buena. O la singularidad de Óscar, el niño que no puede crecer, por poner otro ejemplo..., o la del escultor peregrino y agonizante en París....
Con la historia central se identificarán fácilmente los lectores que quieran evocar la España de los 70 y los 80, que Tizón describe con tonos un poco pesimistas pero no amargados, y hasta con una independiente mirada crítica hacia algunos momentos o figuras culturales más estereotipados de la Transición. Lo cual también se agradece, después de tantas novelas reduccionistas o maniqueas al respecto. En definitiva, un libro de esos que hay que leer por original y esperanzador, por mostrar que no todo en la novela española contemporánea son conformismos literarios o medianías políticas. Solo me queda agradecer a Lector Amateur el haberme sugerido la lectura de Tizón. Sin ello, este blog contaría con un libro menos en la lista de recomendados.