Es
ésta una colección de cuentos sobre todo escritos con pasión y cierta
violencia. Como se sabe, Bloy fue uno de los críticos más radicales de la vida
y los valores burgueses de finales del siglo dicecinueve y comienzos del veinte.
Converso al catolicismo gracias a la amistad del también escritor Barbey
D’Aurevilly, fustigó continuamente a sus contemporáneos desde sus ensayos,
diarios, novelas y relatos cortos. La versión de Menoscuarto que he leído es
una traducción y eso hace que se pierda un poco la intensidad del estilo
original, pero no deja de mostrar que Bloy sigue mereciendo ser leído, por lo
que dice y por como lo dice.
Lo más original de los cuentos no me lo ha
parecido tanto los argumentos, y eso puede desanimar al lector que vaya buscando
en el libro historias particularmente originales. Lo más interesante -y eso es
lo que a veces hace más grande a un escritor- es su visión de la vida. Los
relatos en general son de un tono casi repetitivo, con personajes muy similares,
escritos con la prisa de la fecha de entrega a las rotativas de un periódico y
ambientados en el mismo tipo de espacios y ambientes. Lo mismo pasa con el lenguaje; aunque he leído la traducción que trata
de conservar algo del original lo que se nota o a lo que me refiero sobre todo
es a la construcción del texto en base a párrafos no muy largos, escritos como
flechazos o directos que recuerdan mucho
a lo de los folletines menos cuidados del XIX.
Pero también es cierto que cuentos como
“Todo lo que quieras”, “Un recluta” o “Sacrilegio fallido”, merecerían ser incluidos en cualquier antología de
cuentos. En concreto, “Todo lo que quieras”, podría verse como el anverso necesario
de “Bola de sebo”, el famoso relato de Maupassant. Para entender éste y otros
relatos del libro en que el mundo de la prostitución está tan presente, como ocurre
con contemporáneos de Bloy como en Flaubert
o Balzac, hay que recordar que Bloy trabó amistad con Anne-Marie Roullet
prostituta que acabó también convirtiéndose al catolicismo. Pero creo que lo que importa es
que desde ese mundo o de niveles semejantes es desde donde Bloy va a lanzar sus
ataques, porque ahí se encuentran comportamientos miserables, de infidelidades
y corrupciones, y personajes que brillan como diamantes en esos estercoleros.
Lo grande también del libro es que es
una crítica que no se mueve a nivel concreto, sino que se aplica o puede
aplicarse a todos los niveles sociales y todas las creencias políticas, morales
o religiosas. Lo singular es que Bloy tampoco se presenta como invulnerable a
esas debilidades, el libro no da la impresión de que su autor no pudiera haber
sido uno de esos protagonistas y por eso es quizá más humano y se aleja tanto
de esos narradores-autores autoendiosados de la novela española contemporánea
que escriben desde una perspectiva de infalibilidad y de autosuficiencia
inaguantables. Lo mejor es que esa postura le permite escribir sin complejos –no
recuerdo quién decía que la humildad es una forma de libertad-, pues su mundo
no es un mundo de encasillamientos sino de la representación de la miseria
humana en todas sus facetas. No es un escritor cómodo ni optimista (tampoco
ingenuo), y la traducción puede enturbiar la originalidad de su estilo, pero sí
es un escritor libre y transparente; sólo por eso merece la pena. (Léon Bloy: Cuentos impertinentes. Palencia: Menoscuarto, 206, 262 pp.)