lunes, 20 de septiembre de 2010

El expediente del náufrago (Luis Mateo Díez)

En una entrada anterior de este blog reproducía unas palabras de Luis Mateo Díez en las que hablaba de que sus novelas estaba escritas en 'un tiempo sin tiempo (porque) los espacios urbanos vienen del pasado y están en la eternidad". En la misma entrevista el autor aseguraba que se consideraba sobre todo un escritor de ambientes y atmósferas más que de anécdotas o historietas. Y esta novela da buena muestra de todo ello.

En primer lugar la atmósfera agobiante y densa se consigue muy bien a través de esa sucesión de espacios cerrados u oscuros donde transcurren las acciones, los encuentros y los diálogos de los protagonistas, especialmente ese archivo municipal y esos cines y bares donde se dan cita unos personajes que parecen salidos más de una novela de Kafka que de la vida real. También la ciudad donde ocurre toda la 'aventura' nunca llega a tener contornos reales precisos, aunque no sea difícil sacarle parecidos con algún lugar del norte de España. Igualmente interesante es el hilo conductor de la anécdota (el descubrimiento de la identidad e historia de un poeta olvidado, algo que recuerda a 'Las esquinas del viento', de J. M. de Prada), y todos los componentes metaliterarios derivados de esa búsqueda.

Al final, la anécdota y los personajes tienen consistencia en sí mismos, es decir, en ese mundo quimérico y nebuloso o fantasmal que Mateo Díez ha creado para ellos. Pero no la tienen, a mi juicio, si queremos hacer de ellos personajes 'realistas', de carne y hueso. Por lo mismo, a veces me ha parecido que el progreso de la anécdota es demasiado lento y que se difumina excesivamente el sentido de la intriga. 


Por ello, esta novela hay que leerla bajo unos parámetros especiales, sin buscar verosimilitud,  lógica o puro entretenimiento. Si no, no va a ser fácil su lectura. Son numerosos los momentos en que la historia roza o entra de lleno en lo grotesco o lo esperpéntico, con situaciones límite o imposibles en el mundo histórico, y con unos personajes cuyos nombres y apellidos parecen haber sido sacados de un diccionario onomástico perdido en el tiempo o almacenado en los archivos del buen gusto. Son esos nombres los que contribuyen también a que la historia permanezca en esos ámbitos del delirio de los que habla el autor en una de las
 presentaciones del libro

El lenguaje es el lenguaje tan cuidado a que nos tiene acostumbrados Mateo Díez, procurando huir siempre y con éxito de la frase tópica, aunque algunas veces -pocas- caiga en lo innecesario y en el alargamiento de frases, conceptos y sensaciones. Quizá porque ésta es la única manera de dar a la atmósfera ese protagonismo que él busca en sus libros. Creo que hoy día hay pocos escritores que sean tan conscientes del trabajo que necesitan palabras y frases para ser verdaderamente personales y únicas. Al mismo tiempo no cae en rebuscamientos léxicos o sintácticos barroquizantes y, desde este punto de vista, la novela es también de una lectura enriquecedora.


En resumen, una buena novela bajo todos esos parámetros, pero que quizá no guste a los lectores  más dados al realismo verosímil que Mateo Díez supo recrear tan bien en "Brasas de agosto", a quienes crean que el narrador podría haber ahorrado muchas escenas, personajes y vericuetos para llegar al desenlace, o a quienes, como yo, no comulguen del todo con el pesimismo de la lapidaria frase final
, frase que, por otra parte, resume muy bien el tono global de la novela ("El mundo es una isla triste"). (Luis Mateo Díez: El expediente del náufrago. Madrid: Alfaguara, 1992, 331 pp.).



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