viernes, 27 de enero de 2012

La playa de los ahogados (Domingo Villar)

Prácticamente todas las reseñas que he leído sobre esta novela son positivas, y no me extraña. A mí también me ha gustado y convencido, y la he acabado por incluir en mi lista de libros recomendados. Digo de paso que el cuaderno en que el padre de Leo Caldas apunta los nombres de los tontos e hiperlactantes (eufemismo culto para “mamón”)  que va encontrando en el camino, me ha sugerido la idea de crear una lista de libros “hiperlactantes” para este blog, pero ya veremos, todo se andará; por ahora todos los que han recibido una estrella, y algunos de los de dos podrían caber en esa nueva categoría.


      No soy un experto en novelas policíacas, pero es obvio que frente a otras que conozco, esta destaca por varios motivos. Entre ellos esa ambientación tan lograda en los alrededores de Vigo, en las playas gallegas, que es algo que puedo confirmar personalmente por haber pasado varios veranos allí y visitado muchos de los lugares que se nombran en la historia. Se nota que Villar domina y conoce todo eso al dedillo y, lo que es más importante, sabe traspasarlo a la historia sin excesos regionalistas que pudieran hacer del texto algo demasiado críptico. Otra razón más puede ser el personaje de Leo Caldas, el detective, sobre todo porque muchas veces aparece tan perdido y confuso como el propio lector y no como una especie de Sherlock Holmes metódico, cerebral e implacablemente escrupuloso. Otra más sería el desarrollo de la propia historia, que va a ritmo lento, pero curiosamente un ritmo lento que la hace mucho más verosímil y que la acerca mucho más a lo que puede ser la tarea de un detective real. Digo esto en contraste con otras novelas del género, donde con demasiada frecuencia se notan saltos en el tiempo o en la lógica encaminados a acelerar el desenlace. Por el contrario, Villar aquí no parece tener prisa en acabar de contarnos la historia y deja que ella misma vaya siguiendo su propia dinámica. Para compensar esa lentitud los capítulos son cortos y fáciles de leer y, especialmente al final, se impone un ritmo de vértigo, lleno de giros, sorpresas, engaños y desengaños que hacen la lectura imposible de detener. Todo ello, además con una dosis de verosimilitud novelesca que, de nuevo, no suele encontrarse en otras narraciones policiacas.
      Algo semejante puedo comentar del lenguaje. El autor no es un estilista que vaya a cambiar los patrones lingüísticos de la literatura en castellano, ni tampoco su estilo puede considerarse especialmente original, pero al mismo tiempo  carece de caídas o descuidos  llamativos. Se nota que Villar lo ha trabajado bien, que se ha preocupado de evitar lugares comunes y de acomodarlo bien al ritmo de la narración, con abundantes frases cortas en los momentos más vertiginosos o más propensos a caer en la lentitud. Tampoco se ha complicado con las perspectivas narrativas; elige la tercera persona y el narrador omnisciente, y todo funciona  muy bien, ni se echa de menos ninguna otra posibilidad.  Otro plus en este sentido son esos diálogos, no especialmente individualizados, pero sí llenos de frases cortantes y sugerentes que son requeridas por el género pero que también aquí saben acomodarse bien a los personajes. Y ahí hay que destacar esas gotas de humor frecuente con los estereotipos gallegos, de respuestas ambiguas o de preguntas que son respuestas a otras preguntas. (Y esto también lo he experimentado personalmente. En una ocasión, preguntado a un amigo gallego por qué en su tierra solían responder con otra pregunta, su respuesta fue “¿por qué lo dices?”). Pero los aciertos son también muchos y realmente divertidos, y compensan muy bien lo que podría haber de monótonos en ellos. El otro estereotipo con el que juega Villar es el del aragonés Estévez, el ayudante de Caldas, que es una especie de forzudo Goliath al lado del Capitán Trueno. La combinación funciona bien, pero la contraportada del libro quizá promete un poco más de lo que al final se da en esta relación entre ambos policías.
      No he leído la novela anterior de Villar con Caldas como protagonista, pero por ahora se me ocurren sólo dos caveats al respecto. La historia lateral del tío de Leo se me hace demasiado alejada de la trama central y hasta cierto punto innecesaria. No sé si Villar seguirá desarrollándola o no, pero ahora mismo es un fleco demasiado suelto. También espero que Villar consiga evitar el anquisolamiento de su personaje y su ambiente en las próximas entregas. Espero que pueda llevarlo a otros parajes y a otro tipo de situaciones. Ya ha dejado claro que esto lo domina bien y con gracia, pero los buenos escritores se caracterizan también por esa habilidad en crear mundos heterogéneos. Pero esto no desmerece para nada lo que Villar ha conseguido con esta novela, que vuelvo a recomendar. (Domingo Villar: La playa de los ahogados. Madrid: Siruela, 2009, 445 pp.).
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