viernes, 10 de febrero de 2012

Poemas míos (1): De la diferencia entre la flor y el papel

Afirma un cirujano que a los treinta las mujeres ya necesitan arreglarse la cara.
Me pregunto si entenderán este capricho las mujeres de Sudán, o de Botswana
(Quizá el cirujano esté pensando en su esposa).
Se deduce entonces que el bisturí (o la inopia) puede detener el paso del tiempo
o parar el sol en el cielo
(hablo ahora seriamente).
Por lo mismo, la sonrisa de un enfermo puede valer menos que la de un ejecutivo,
o la de una modelo.
No me convence.
Tampoco me alegra   
que Paris Hilton o Tom Cruise
parezcan más importantes que llegar a fin de mes, o a fin de quincena,
o más alegres que la sonrisa de un obrero cansado,
o más sabios y guapos que un hada madrina.
Quiero decir entonces que
los medios no son medios sino destinos.
Que People oculta el dolor sereno  y Time el color blanco
(porque, obviamente, lo blanco brilla más que liberales y conservadores
y, por supuesto, que republicanos y demócratas).
Y tampoco la Tierra es como Marte,
pues entre nosotros, a pesar de Cosmopolitan y Hollywood,
todavía hay vida inteligente.
Quiero decir entonces que
la persona no es una mayoría, ni una minoría,
ni una moda, ni un pretexto-presupuesto,
o una cuota o un compuesto.
Que el complejo de víctima
es malo para el corazón,
peor que el menudo, o el colesterol.
Por eso es mejor fijar una hora todos los días,
para mirar las estrellas.
Una noche con estrellas es un mundo sin mentiras,
sin ejecutivos triunfantes, actrices maniáticas o modelos histéricas.
También puedes cambiar las estrellas por flores, espumas de mar o sonrisas ingenuas.
O por un sacrificio hecho a escondidas,
es decir, sin buscar los quince minutos de fama
con que Andy Wharol nos condenó a todos.
Porque al final el papel no puede ser hoja de flor,
y el pétalo puede vivir sin fama, o reputación. 
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