lunes, 20 de febrero de 2012

Que Belén Gopegui vuelva a sus comienzos, please (La conquista del aire)

Mi primer contacto con la obra de Belén Gopegui fue la lectura de La escala de los mapas (1993), que en parte me entusiasmó y en parte me dejó un poco escéptico. Después de La escala… he seguido oyendo hablar de Gopegui sobre todo como escritora comprometida  o “convertida” a la causa de un socialismo-comunismo bastante radical. También recuerdo una entrevista en El Mundo en la que, escandalosamente, defendía incluso lo más indefendible de la Cuba de Castro. 

       Con estos precedentes la verdad es que no sabía qué me iba a encontrar en La conquista del aire, aunque por la contraportada me temía que iba a tratarse más de la Gopegui “conversa” que la de La escala…, como así ocurrió. En una breve presentación introductoria –bastante interesante en los párrafos referidos a la evolución de la novela como género literario– la autora afirma que uno de sus objetivos es mostrar que “el dinero anida hoy en la conciencia moral del sujeto” (p. 12). No sé muy bien que entiende Gopegui por “conciencia moral del sujeto”, pero si plantea esta idea como el descubrimiento de algo innovador, me suena más bien a un intento de reinventar la rueda. Por el contrario, si lo que plantea es la presentación de un argumento en que pequeña una gestión financiera es el nervio temático fundamental de la novela tal afirmación está justificada y en general queda bien demostrada a lo largo del argumento.
La narración –en tercera persona– comienza cuando Carlos, uno de los protagonistas, pide un préstamo  a dos amigos suyos para sacar adelante un pequeño negocio. A partir de ahí se desencadenan una serie de acciones, encuentros y desencuentros en la vida de esos tres protagonistas y de varios personajes que están alrededor de ellos. Hasta ahí todo lógico y en principio interesante. El problema empieza cuando esas consecuencias se empiezan a narrar o a hacer concretas. La gran mayoría de ellas se convierten a mi juicio en momentos o escenas manidas y demasiado frecuentes en la narrativa contemporánea, lo cual las convierte en momentos en general anodinos y desprovistas de tensión y entidad narrativa. Como consecuencia la intriga (el qué pasará con los millones y la devolución del préstamo) no llega a perderse por completo, pero queda tan diluida que hace que el lector pueda llegar a olvidar el hilo o el interés por la historia de forma demasiado fácil.
El otro problema han sido las interpolaciones y diálogos entre los personajes.  Gopegui tiene un estilo y una originalidad que llega a encantar cuando esos diálogos versan sobre temas literarios o más generalmente humanos, es decir, cuando más se acerca a La escala...  Sin embargo, en las disquisiciones en que vuelve y revuelve sobre asuntos de política, justicia social o ideología, desde una perspectiva socialista-comunista (a la que llama “consejismo socialista libertario” (p. 150) llega a aburrir al lector más paciente. Al menos a mí toda esa retórica, a pesar de su calidad estilística, me parece completamente insustancial y periclitada, por reivindicar unas propuestas que la Historia –implacable con las utopías– ya ha demostrado inviables y que resultaban creíbles en los años del realismo social, en los ambientes políticos de la clandestinidad franquista o en los de la de la postdictadura más inmediata.
Y lo peor viene cuando desde esa perspectiva Gopegui empieza a hacer que sus personajes opinen lo que opina ella acerca del PSOE, del PP, de IU, de las oenegés… Suena mucho, mucho, a panfleto político y muy poco, muy poco a verdadera humanidad. Eso hace también que los personajes pierdan vida, que sus diálogos sean excesivamente filosóficos e intelectuales. Para encontrar diálogos así habría que retroceder en el tiempo y asistir a debates políticos u asamblearios de los 60-70, o a las hipocresías de la gauche divine. Tampoco he podido digerir muy bien la simpleza de Gopegui al identificar izquierda con progreso, como si Stalin, Pol Pot o Mao no hubieran seguido los mismos recursos que Hitler para llevar a cabo su peculiar concepto del progreso. (Teniendo más de un colega torturado en las cárceles de Castro, es imposible no sacar esto a colación y, por si acaso, aclaro que no me considero de derechas. Otro día quizá escriba alguna entrada sobre esto).
La novela se salva en los momentos en que Gopegui sigue mostrando una originalidad de ideas más sencillamente humanas y un estilo personal, y hasta ejemplar. Pero es una pena que todo esto o sea más abundante y no llegue a ocultar esa Gopegui emergente que en libros recientes como Deseo ser punk y Acceso no autorizado parece también rescatar obviedades pretéritas y abortar todos esos mundos que, como el de La escala de los mapas, la siguen esperando. (Belén Gopegui: La conquista del aire. Barcelona: Anagrama, 1998, 341 pp.).



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