Comencé a
leer Intemperie animado por lo que me habían contado de su lenguaje, más
original que lo que acostumbramos a ver
en la novela española actual. Y
he de decir que en este sentido me decepcionó un poco, seguramente porque
esperaba unos hallazgos al modo de Juegos de la edad tardía, de Landero, y
lo que me encontré sobre todo era la recuperación de un léxico rural que ya
conocía por experiencia propia (como Carrasco, yo también procedo de ese mundo
rural de estepas, ganados, aperos de labranza, castillos y pueblos casi
abandonados). De todas formas, aunque Carrasco no llega a ser un Azorín o un
Delibes o que a algunos lectores su estilo les acabe pareciendo un poco artificial, también hay que reconocerle ese esfuerzo y esos logros para hacer que
su estilo -léxico y sintaxis sobre todo- sea tan protagonista como la historia que nos cuenta -sin quitarle fuerza- y
que esta novela haya que ponerla por delante de otras de autores mucho más
conformistas o anarcisados.
Lo que
realmente me enganchó fue la historia y la forma de contarla. Carrasco no baja
la tensión en ningún momento, y ese lenguaje cuidado y al mismo tiempo sin
pedantería, va completamente acorde a la intensidad de la huida del chico, a su
relación con el cabrero y sus escondites
y escapadas y desventuras con el alguacil y el tullido. Igualmente, el comienzo
de la misma es de esos que dejan la intriga bien sembrada y que ya hacen
imposible el abandonar la historia. El progreso y el final de la misma no
defrauda, y los momentos climáticos están bien dosificados. La amistad entre el chico y el cabrero tiene también una
individualidad que la impedirá convertirse en un tópico, por tratarse de una
relación donde ambos personajes funcionan al mismo tiempo conectados y por
impulsos propios, imprevisibles, de modo que ni ellos ni el lector llega a
anticiparse por completo a sus acciones. En este sentido, la historia es un
continuo encuentro con la novedad y lo inesperado, pero, de nuevo, sin
efectismos ni pirotecnias extrañas.
De la misma
forma, los interrogantes que el propio lector va haciéndose a lo largo de las
páginas, acerca de las causas de la huida del chico, de su familia, del
personaje del alguacil, etc., quedan discreta y sobriamente respondidas en su lugar apropiado. Además tampoco las
descripciones de los momentos extremos de dolor, soledad, crueldad, padecimientos,
etc., caen en el morbo y andan igualmente unidas por un mismo tono que se
reparte a lo largo de toda la novela y que el autor sabe mantener muy bien. En
este sentido, me parece que el libro no tiene ninguna fisura.
En una
reseña más larga se podría hablar del simbolismo universal de la anécdota y el
paisaje, ya que no se menciona ningún lugar concreto ni se da nombre a ningún
personaje. También de las referencias religiosas, sobre todo al Nuevo
Testamento y a los momentos de la Pasión de Jesucristo, con un continuo mundo
en dolor, la cruz de una de las tumbas y esa referencia a un Dios que al final
de la historia permite dar un respiro a los personajes, a ese débil bien que ha
estado intentando sobreponerse al mal y que casi siempre lo ha conseguido. Creo
que esta lectura es la que más le acerca a
Cormac McCarthy, tanto en The Road
como en No Country for Old Men.
Y
aquí, una reseña que me ha gustado tanto o más que la mía. El libro mereció el Premio de los libreros, en 2013, y se ha traducido al menos a 15 idiomas, todo ello, a mi juicio, con entera justicia. Ahora sólo hay que esperar que Carrasco no se deje tentar por ninguna oferta editorial que le obligue a publicar un libro cada año y prefiera sacar cada libro cuando esté maduro y pueda considerarse propio y original. (Jesús Carrasco: Intemperie. Barcelona: Seix Barral, 2013, 224 pp.)
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