sábado, 28 de febrero de 2015

Antonio Muñoz Molina: Todo lo que era sólido.

Un mea culpa con unas
propuestas sensatas para la
regeneración de España.
Una pena que sigan
pesando tanto algunos 

clichés comunistoides 
del pasado
He leído este libro justo después de La civilización del espectáculo, de Vargas Llosa, y creo que es evidente que los dos se complementan. Si el de Vargas Llosa muestra algo así como la epidermis de un cuerpo de lentejuelas y huecos oropeles, el de Muñoz Molina es más bien una radiografía de todo ese cuerpo –en este caso la sociedad española–, vista en retrospectiva, abarcando más o menos los años de la Transición y el proceso de deflación al que hemos llegado.

Muñoz Molina no salva a nadie de la lista de culpables de ese proceso de descomposición del tejido social nacional, y da palos tanto a derechas como a izquierdas, aunque obviamente sus preferencias siguen siendo las izquierdistas, o ‘progresistas’, ese término secuestrado hoy por algunos políticos como en su día lo secuestró Hitler. Su diagnóstico me ha gustado bastante, aunque no me ha convencido en todos sus puntos; también en parte porque mi condición de trabajador emigrante en Estados Unidos me ha confirmado muchas de sus afirmaciones, tanto en lo bueno como en lo malo, y tanto en lo  referido a España como lo referido a Estados Unidos o a otros países extranjeros.

Quizá lo que más me haya gustado haya sido su franqueza autocrítica con las izquierdas, que se vendieron al capital y al populismo tanto como las derechas, y que conservaron su retórica tradicional sólo para momentos de ocasión o para las campañas electorales. Lo mismo puedo decir de su crítica a los nacionalismos de índole político o folklórico, esa enfermedad que según Pío Baroja (creo), se cura viajando. O esa denuncia del ambiente chabacano que inunda toda España desde la televisión  y que debería ser, me parece, una de las primeras lacras que habría que eliminar. Muy difícil veo que los ciudadanos dialoguen con el respeto y apertura que propone Muñoz Molina mientras tengan como una de sus principales referencias los reality shows televisivos. E igualmente la denuncia de la connivencia entre políticos y periodistas, o sea, la alianza entre los tres poderes de Montesquieu y el cuarto que nos  trajo la modernidad.

Un poco menos me ha convencido la importancia que seguramente por sus cercanías marxistas da al capital como origen de todos los males, porque esto no es automático. Como el ejemplifica  con su idealizada Holanda, la abundancia del capital no implica necesariamente conductas corruptas; creo que es obvio que los corruptos son las personas, no el capital, que es algo abstracto.  En otras palabras, si al llegar el capital este se hubiera encontrado con personas honestas y  otro gallo nos cantaría. 

Tampoco me convence su monótona defensa de la educación pública. Como bien debe saber él por su experiencia en Estados Unidos, una enseñanza pública económicamente autosuficiente no significa necesariamente excelencia académica. Estados Unidos es uno de los países que más gasta en este sector y sus alumnos siempre aparecen en los últimos puestos del informe PISA. Además eso contradice una de sus propuestas finales, cuando habla del ejercicio de las libertades, entre las que me imagino que incluiría la libertad de los padres a elegir el colegio de sus hijos y a que esto no les sea doblemente gravoso. Por supuesto, no es que yo esté en contra de la enseñanza pública de la que vengo, pero sí que me parece que Muñoz Molina quiere arreglar en un plumazo simplificador un problema que no puede reducirse a una oposición entre el blanco y  el negro. 

Otras cosas puntuales me han llamado también la atención, como hablar de la  "serena luminosidad" de Velazquez, el pintor de los inquietantes bufones de los Austrias, o decir que The New York Times y New Yorker son publicaciones ejemplares  y objetivas  en sus contenidos y formas cuando ni en seriedad ni en estilo pueden compararse con el Wall Street Journal o con The Economist.  

En resumen, aunque con algunas limitaciones o incoherencias, Todo lo que era sólido es un ensayo interesante y honesto, y al mismo tiempo un exorcismo que intelectuales y escritores españoles deberían frecuentar más.  ¿Alguien recuerda alguna mea culpa semejante de novelistas como……..? Pues eso. (Antonio Muñoz Molina: Todo lo que era sólido. Barcelona. Seix Barral 2012, 256 pp.)
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