Decidí leer este libro pensando en la clase que a veces doy sobre los premios literarios en España. No puede negarse que Vázquez Montalbán tiene experiencia como narrador, pero creo que en este caso los méritos le vienen más por viejo que por sabio. La organización del argumento no deja de ser acertada para una novela detectivesca, pero los personajes me parecen de cartón piedra y el lenguaje más bien mediano y mejorable, aunque no dejan de aparecer aquí y allá algunas frases felices que no logran ocultar la medianía del conjunto, ni tampoco la excesiva presencia de coloquialidades.
La crítica social a la jet es de lo más insulsa y previsible. No menos decepcionante fue para mí el personaje de Carvallo, de quien había oído maravillas. No me pareció tal. No tiene fondo y lo único que le hace diferente es su afición por la gastronomía –más externa que psicológica– y su procedencia política, semejante a la de su autor, que le lleva a rajar de la izquierda por no haber hecho lo que Vázquez Montalbán cree que podían haber hecho con la democracia. Y eso lo dice una y otra vez. Para los que no la quieran o vayan a leer, les puedo decir que el culpable es la mujer del empresario, la única que tenía acceso a la mesilla donde éste guardaba las pastillas. Lo siento por los que la tengan que o la vayan a leer pero creo que desvelar el final en este caso es prestar un servicio y ahorrar tiempo a los lectores y futuros amigos. (Manuel Vázquez Montalbán: El premio. Barcelona: Planeta, 1996).
La crítica social a la jet es de lo más insulsa y previsible. No menos decepcionante fue para mí el personaje de Carvallo, de quien había oído maravillas. No me pareció tal. No tiene fondo y lo único que le hace diferente es su afición por la gastronomía –más externa que psicológica– y su procedencia política, semejante a la de su autor, que le lleva a rajar de la izquierda por no haber hecho lo que Vázquez Montalbán cree que podían haber hecho con la democracia. Y eso lo dice una y otra vez. Para los que no la quieran o vayan a leer, les puedo decir que el culpable es la mujer del empresario, la única que tenía acceso a la mesilla donde éste guardaba las pastillas. Lo siento por los que la tengan que o la vayan a leer pero creo que desvelar el final en este caso es prestar un servicio y ahorrar tiempo a los lectores y futuros amigos. (Manuel Vázquez Montalbán: El premio. Barcelona: Planeta, 1996).