Estaba pensando en darle tres estrellas a esta novela, pero al final creo que se va a quedar con dos. No es que no me haya interesado pero me parece que habría que esperar más de un libro que ganado un par de premios en su género. No se puede negar la riqueza de invención de situaciones y lugares de la narradora, pero tampoco que algunos de ellos, como las huidas del castillo de la Dama Negra o de la última ciudad sitiada son de lo más tópicas y peliculeras. Otras por el contrario, me parecen demasiado breves o desaprovechadas para el peso que quiere dárseles en la narración. Es lo que ocurre con la estancia de Leola en la corte de Leonor, las disquisiciones sobre el amor cortés, o el debate teológico entre 'buenos y malos'. Tampoco puede negarse la fuerza de una voz narrativa bien mantenida y la riqueza léxica, pero en el género histórico hay que recordar que el mérito no consiste sólo en recuperar el vocabulario de la época sino -lo que es más difícil- hacer que los personajes hablen en un lenguaje que sea a la vez el de esa época y el de la nuestra. La gloria de don Ramiro, de Enrique Larreta, sigue siendo el ejemplo a imitar. También quedan varios cabos sueltos, o cerrados demasiado artificialmente, como el final de la Dama Negra y su hermanastro, el destino de Gastón, el alquimista, y el desconocido significado del título de la novela, que puede justificarse como juego literario pero no como explicación de la historia.
Salvo el personaje de Leola y parcialmente el de la Dama Negra, me parece que los demás se han quedado a medio hacer o en meros estereotipos. A Nyneve se le podía haber sacado mucho más jugo. Da la impresión de que la narradora no ha querido ahondar en ella por miedo a desviarnos de Leola o a entrar en terrenos demasiado maravillosos. Al final Nyneve, resulta una especie de Sancho Panza a medio terminar. Pero quizá lo más grave en este sentido es el maniqueísmo del argumento, donde en general los malos son malos y tontos y los buenos son sólo buenos y listos. El nombre de 'Mórbidus' para uno de los malos suena demasiado a cuento de niños. En Leola, el personaje más rico, asoma la ideología de género con sus justas reivindicaciones y también con sus complejos, pero a veces no deja de sorprender su superficialidad. Un ejemplo sería el sentimiento amoroso, que en una novela tan volcada con el amor cortés debería haberse provocado reflexiones mucho más hondas. Para Leola, por el contrario, el amor parece resumirse en el binomio flechazo-cama. Finalmente lo políticamente correcto es tan evidente que a veces el libro parece un tratado doctrinal. Así ocurre en el discurso de Bodel, el regidor rebelde, y el episodio donde Leola y León se convierten en los protectores del grupo que hoy llamaríamos 'minorías'. Obviamente, nada que objetar en el significado ético de este planteamiento, pero creo que un buen novelista debe saber complicar y resolver un poco más sus propios argumentos. En resumen, una novela con ideas y muestras de recursos pero al que le ha faltado una profundidad que podía haberle llevado mucho más lejos.
Como nota aparte, hay que agradecer a la autora las aclaraciones sobre las libertades que se ha tomado con los datos históricos que maneja, y que aclaran hasta dónde llega la ficción y hasta donde la historia. No indica si ha leído los trabajos de Regine Pernoud y de Jacques Heers, pioneros en la reivindicación de la Edad Media que persigue también la novela, pero no habría estado de más citarlos por su seriedad. Así como algún estudio más profundo acerca de las creencias de los cátaros, mucho más complicadas y polémicas de lo que se presentan aquí. Nada se dice por ejemplo de su costumbre del suicidio por hambre o endura, por considerar este método una forma de liberar el alma de la prisión material del cuerpo. En fin, en este sentido, demasiadas simplificaciones en una novela de quinientas páginas y en un género que debe ser un retrato más redondo de todo lo humano (Rosa Montero: Historia del rey transparente: Madrid: Alfaguara, 2005, 528 pp.).