Aunque una de mis debilidades es la novela lírica y su interés por el cuidado del lenguaje, admito que si el autor no tiene cuidado puede acabar en una espiral de reflexiones vacuas y superficiales, construyendo las novelas con fragmentos y más fragmentos que se desmienten entre ellos, que al final no llevan a ningún sitio o que se apoyan en unas expresiones-cliché que retienen al lenguaje de la novela en el nivel del vacío. (No sé por qué lo que acabo de decir me ha llevado a pensar en Javier Marías y en Los enamoramientos...)
Es lo que Antonio Orejudo, en uno de sus momentos lúcidos de Ventajas de viajar en tren, califica de "novela tiovivo", formadas por "esas páginas reflexivas, falsamente reflexivas, que no llegaban a ninguna parte, que daban vueltas y vueltas para el deleite del lector a una anécdota más o menos trivial, más o menos original, hasta que se paraban en el mismo punto del que habían partido" (p. 69).