Ésta es la
segunda novela que leo de Eloy Tizón. La primera fue Labia, que acabé incluyendo en mi lista de recomendados, lo mismo
que creo que debo hacer en este caso. Y
lo hago por dos razones. La primera porque me parece bien escrita, con un
estilo donde se nota el deseo del autor de crear un modo propio de
hablar-escribir, y que evita los clichés y las frases hechas. La otra es que no
me ha sonado a una repetición de su otra novela, ni en ese estilo ni en el tono
o tipo de argumento que aquí aparecen. Y esto es de agradecer mucho, como
oposición a esos escritores que parecen tener un solo registro o que una vez que
han dado con una fórmula de cierto éxito –sean bestsellert o no- la repiten por activa y por pasiva, por
compromisos editoriales o por intereses extraliterarios.
Otro de los
méritos me lo ha parecido la forma de organizar el argumento. Aunque el mundo
que retrata es más pesimista de lo que me gustaría, Tizón no abunda en ello.
Ese morbo por escarbar en la vida o en la identidad de los demás se aplica o se
vive en varios casos para ejemplificar las miserias del protagonista para luego pasar a concentrar esa conducta en
uno particular que pueda servir a la vez como símbolo de todo ello pero evitando
caer en una casuística innecesaria. Por
otro lado, ese argumento acarrea temas y cuestiones propias de la posmodernidad
pero al mismo tiempo bien trabadas y sin insistencias innecesarias. Entre ellas
están la fluidez de las identidades o la posibilidad de que esas actitudes voyeuristas e inciviles se vuelvan contra uno mismo y
acaben derrumbando toda posibilidad de convivencia social.
Como se ve,
no es una novela para alegrar la vida a nadie, pero literariamente sí deja muy
claro las posibilidades a las que su autor sería capaz de llegar. Tanto Labia como Seda salvaje, son dos buenas novelas cortas y las únicas que he
leído de Tizón hasta ahora. Lo lógico entonces es esperar que su autor nos
acabe entregando algún día una gran novela. (Eloy Tizón: Seda salvaje. Barcelona: Anagrama, 1995, 142 pp.).