A Ana María Matute, una de mis escritoras preferidas, le concedieron ayer, merecidamente, el Premio Cervantes de Literatura. Como pequeño homenaje recupero la reseña de su libro Aranmanoth, que había publicado en el blog hace unas semanas:
Novela que al final me ha dejado un buen sabor de boca, aunque he tenido que superar algunos pequeños baches. Entre esos baches: 1) el comienzo, al que le cuesta salir de los tópicos de los cuentos de hadas. Al capítulo final le pasa algo parecido, pero creo que es más original, 2) algunos bajones estilísticos, que hacen que algunos párrafos consten de demasiadas frases hechas o den la impresión de haber sido escritos rápidamente, como por encargo, y se hayan pasado por encima descripciones o momentos que hubieran sido necesarios. Como compensación, el resto de la novela está llena del lenguaje cuidado y poético de Matute, con momentos de excelentes aciertos y una combinación perfecta de diálogos, narraciones y descripciones.
El argumento nos lleva por ese mundo de la infancia problemática que la autora conoce tan bien y que ha sabido tratar con tanta personalidad en Los niños tontos o en Historias de la Artámila. Pero en este caso su ambientación en un mundo a medio camino entre la Edad Media y los cuentos maravillosos presta a la historia y a los personajes unas características únicas, que hacen que toda la narración resulte al final un conjunto original, redondo y compacto. Tanto los encantadores personajes de Aranmanoth y Windumanoth como el más atormentado de Orso son completamente convincentes en ese mundo que combina lo real y o fantástico en una relación inestable y muy apropiada para anécdotas y tensiones de este tipo. El enamoramiento de los dos primeros personajes, la angustia de Aranmanoth acerca de su identidad, el sentimiento de nostalgia y los desengaños que va sufriendo Windumanoth a lo largo de la novela, esos 'personajes malos' que no se convierten en estereotipos... son una suma consecutiva de aciertos que crean un fuerte sentido de intriga en la lectura y hacen que el lector vuelque su empatía con la historia de manera intensa e inevitable.
El final es triste pero internamente lógico. Menos me ha gustado la visión pesimista del mundo y de la vida que se desprende de algunas reflexiones de la narradora o de alguno de los protagonistas. De todos modos, y a nivel artístico, es una visión que queda perfectamente justificada en el mundo interno de una novela que se lee muy fácil, que no tiene complicaciones estructurales y que frecuenta esos momentos poéticos que redimen a la prosa de ser un simple vehículo informativo. (Ana María Matute: Aranmanoth, Barcelona: Destino, 2008, 191 pp.).