lunes, 1 de noviembre de 2010

Las virtudes peligrosas (Ana María Moix)

Esta colección de cinco cuentos más o menos largos me ha parecido un poco desigual. Empezando con los méritos, no puede negarse la facilidad para la palabra y la fluidez léxica de la autora, cuyas palabras parecen nacer sin esfuerzo y llegar al final de cada cuento sin notarse desgastadas o repetitivas. Es un estilo de tonos 'proustianos', de frases largas aunque no excesivamente alambicadas o sinuosas. De todas formas no será fácil de leer para quienes gusten de sintaxis lineales y transparentes. También me ha convencido la intensidad que la autora logra en algunos de esos relatos, especialmente en "Los muertos", el que más me ha gustado, aunque también creo que en este caso hubiera convenido un tono más lúdico y menos angustioso por la intención satírica (hacia el mundo literario y cultural español) que late en el fondo del relato.

Menos me han convencido la perspectiva narrativa y la cosmovisión que se percibe en ellos. La voz narrativa es casi siempre una conciencia que narra o evoca desde el interior de sí misma, con poco o nulo espacio para el narrador externo o tradicional, o para  una presentación 'objetiva' de los hechos que permita al lector acercarse a éstos sin la mediación de una subjetividad tan absorbente. Al final, la atmósfera resultante es más bien claustrofóbica, y creo que más de un lector echará de menos un poco de aire libre. Desconozco el resto de la narrativa de Moix, y no  sé si usa otros registros o no; si lo hace, confío en que lo haga con tanta maestría como lo hace con éste; pero si no, la verdad es que me parecería más una limitación que un mérito.

Tampoco las anécdotas narradas me han acabado de llenar. Dos de ellas ("Érase una vez" y "El problema"), tienen cierta originalidad, aunque son demasiado tópicas en su posmodernidad. La primera es una deconstrucción de los cuentos tradicionales clásicos -algo que abunda y sobreabunda por ejemplo en el género del microrrelato- y la segunda es la reivindicación de la incertidumbre frente a cualquier certeza o cualquier identidad prefijada. Nada nuevo en este sentido. Finalmente, el relato que da título al cuento tiene sus momentos de intensa individualidad, pero en el fondo se queda en una revindicación ideológica demasiado obvia y simplificada como para considerarla verdaderamente humana. Como ejemplo, la autora lucha para hacer del general un personaje de carne y hueso pero al final se queda en un simple arquetipo  del patriarcado y la tradición. 


En resumen, una colección de relatos para admirar esa conciencia narrativa que se extiende invadiendo todos los espacios, para admirar también ese lenguaje tan bien unido  a esa conciencia y unos relatos que, en sí mismos, resultan redondos y bien acabados. Pero seguramente tampoco se podrá evitar un recelo hacia esas narraciones  con un sólo punto de vista, con una subjetividad casi obsesiva y con un clímax que no se da tanto en la anécdota cuanto en los vaivenes de esa voz que las relata y que deja al lector un campo de acción excesivamente reducido. El libro ganó el Premio Ciudad de Barcelona en 1985. (Ana María Moix: Las virtudes peligrosas. Barcelona. Lumen, 2002, 191 pp.).



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