Ambientada en la Barcelona de la posguerra, esta novela resume muy bien el mundo ficcional y las dotes de narrador que tiene el autor catalán. Al leerla se notan las ganas de contar una historia, depensar en el lector, con un lenguaje que fluye como a borbotones, imparable, con un vocabulario amplio, un registro también variado y una galería de personajes singularizados hasta donde lo permite la extensión del libro. El mundo de El embrujo de Shanghai es el habitual de Marsé, la Barcelona de la posguerra, de ese mundo y de esos personajes que cargan inevitablemente las consecuencias de la Guerra Civil, que parece estar en el fondo de la conciencia de todos ellos y seguir determinando su conducta.
Una lectura simbólica de su argumento nos podría hacer pensar que Susana, la protagonista tuberculosa, es esa España o esa Barcelona a la que Daniel, el propietario de la voz narrativa, hace compañía y procura dibujar y conocer para luego tratar solucionar su enfermedad. Alrededor de Susana y Daniel se mueven una serie de personajes con vidas llenas de heridas o falsedades, que a veces tratan de ayudarla o ayudarlos pero que cuyos intentos casi siempre acaban en empresas frustradas. Shanghai es la ciudad que funciona como alternativa a ese ambiente provinciano y gris. En Shanghai se desarrolla una aventura que al final acaba siendo también un desengaño pero que por lo menos reviste momentos de grandeza y alberga la posibilidad de acciones heroicas o ideales. No en vano toda la metanarración sobre Shangai (es uno de los personajes el que narra esa aventura dentro del marco general de la anécdota de Susana), se lee como una película de cine, con sus estereotipos y sus lugares comunes, pero también con su aura de obra de arte.
Las técnicas narrativas muestran también a un novelista dueño de sus estrategias. Con naturalidad y sin que se note esfuerzo alguno, se comienza con un punto de partida simbólico (el pozo de una de las calles del barrio), se pasa luego a la acción principal (el mundo de Daniel y Susana), y el relato de ésta se va contrapunteando con esa narración del viaje y la misión del padre de Susana en Shangai, con una alternancia de ambiente provinciano y mediocre y estático, con otro cosmopolita y (cinematográficamente) grandioso, lleno de acción e intriga. El resultado es el de una lectura ávida o casi imparable por parte del lector, facilitada también por ese lenguaje rico pero no elitista, y un estilo espontáneo pero correcto y fluctuante pero nada alambicado.
Si algo no me ha gustado de la novela es precisamente la imposibilidad de redención que planea sobre todo ese mundo y todos esos personajes. Todo ello parece condenado a la infelicidad, la dicha es siempre pasajera y los personajes viven casi siempre en una especie de agujero sin salida o con una esquizofrenia que no cuentan con alternativas. O quizá cabe la alternativa de la imaginación (del cine de la última escena), pero las películas también tienen su final y también son un escape pasajero de esa realidad que espera a la salida. En definitiva, una novela que recomiendo por su calidad estética, pero que no me parece completamente realista -en el sentido no literario del término- porque creo que la vida también puede tener sus momentos felices y sus héroes, como hayan podido ser Gandhi, la madre Teresa o Martin L. King.
La primera edición del libro es de 2002, y con él ganó Marsé el Premio de la Crítica y el Premio Europa. (Juan Marsé: El embrujo de Shangai. Barcelona: Lumen, 2009, 302 pp.).