lunes, 9 de agosto de 2010

La escala de los mapas (Belén Gopegui)

En esta novela de Gopegui me ha dejado realmente sorprendido, para bien, el empleo del lenguaje, muy cuidado, muy original y que además da la sensación de fluir de forma natural y sin esfuerzo. El texto se llena de expresiones felices y de metáforas únicas con un continuo sabor de novedad, sin llegar a cansar, y tan personales que difícilmente pueden convertirse en tópicos. El lector tiene la sensación de caminar de acierto en acierto y de ir descubriendo nuevas posibilidades del idioma en cada párrafo y en cada página.

Con el argumento y los personajes no soy tan entusiasta, aunque sigue habiendo logros realmente ejemplares, como esa figura femenina de Brezo, que en una novela con más vuelos podría haberse convertido en un personaje antológico, en una amada ideal en la estela de Beatriz, Laura o Dulcinea. El amor que por ella siente Sergio Prim, el propietario de la voz narrativa, es también único y consigue salvarse de los tópicos, aunque a veces la relación se vive en tonos de un sexualismo automático más evocado que descrito y más propio de Hollywood que de una historia de amor con conflictos psicológicos de hondura. 


Esa voz narrativa es también un acierto, en su mayor parte. Es una voz que se dirige a la vez a los lectores y a Brezo, y a veces a ella misma, retratando perfectamente la fragmentación interna de Sergio, el pusilánime antihéroe de la  narración. Un antihéroe muy posmoderno, que anhela los refugios y  huye de la posibilidad de la verdad, buscando o viviendo entre los huecos de esa realidad que le resulta abrumadora  e intentando ubicarse en el vacío, en esa escala de los mapas del título, en esos mapas que por alterar la percepción del espacio convierten el mundo en algo relativo y maleable.


Pero aquí es donde veo también la mayor debilidad de la novela. Se ha querido construir toda la historia sobre la base de la voz narrativa, y a menudo ésta se pierde entre los brillos del estilo y las divagaciones intelectuales, la anécdota se difumina  y el libro parece convertirse en una novela de tesis, ideológica, demasiado filosófica, que sobre todo desencarna a Sergio y hace que éste sea más un ser de papel que de carne y hueso. Al final, el sentido de realismo y verosimilitud quedan gravemente disminuidos. Recuerda un poco a los protagonistas de
Los juegos de la edad tardía, de Luis Landero, pero si allí la visión irónica y lúdica del autor justificaba  la delicuescencia de los personajes, aquí me parece que la figura tan disminuida de Sergio  no casa con el tono de seriedad y trascendencia que se quiere para la narración. Un poco menos de intelectualismo y un poco más de realidad, y para mí la novela hubiera merecido con toda justicia el Premio Tigre Juan que recibió en 1993. (Belén Gopegui: La escala de los mapas. Madrid: Anagrama, 1993, 229 pp.).




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