Aunque es un libro catalogado como novela, se trata más bien de una narración que combina un poco de ficción, algo más de autobiografía y bastante más de reportaje periodístico. En este sentido no es una novela en el sentido tradicional del término, pero al mismo tiempo esos elementos se combinan más o menos armónicamente para producir al final un libro bien escrito y compacto. De todas formas no creo que convenza a quienes vaya buscando pura ficción o una novela histórica en el sentido más tópico del término.
La aguja dorada tiene su origen en la invitación de una editorial soviética a la autora para que ésta viajara a Leningrado (San Petesburgo) y recrease el asedio nazi a la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Con algunas reservas, creo que la perspectiva elegida por la autora ha sido la correcta por ser la más humana. En lugar de perdernos con nombres de batallas, de héroes militares o lugares y fechas, ha preferido la 'intrahistoria' de Unamuno y ha tratado de reconstruir dicho escenario a partir de entrevistas y evocaciones de los supervivientes de aquel infierno. La carga emocional que se condensa en esos momentos del libro (principalmente la tercera y cuarta parte) es realmente intensa y conmovedora, y cada historia individual se convierte en una especie de símbolo universal de lo que pueden llegar a ser virtudes o situaciones como la compasión, la caridad, la angustia, el sufrimiento o la solidaridad.
Las otras dos partes del libro se centran más en la ciudad, en su historia, sus monumentos y en sus habitantes. Por ella desfilan varios personajes históricos conocidos por todos (Rasputín, Catalina II, Pedro I, etc.) y de modo especial también algunos artistas y escritores (Pushkin, Dowstoyeski, etc.) y también algunos caracteres propios de la Rusia soviética, como los intérpretes o los supuestos o menos supuestos agentes de la KGB. Al final el retrato de la ciudad y su idiosincrasia resulta redondo y cercano, como algo vivido y sentido sinceramente.
Sin embargo creo que pesa demasiado el tono periodístico del libro. Aunque en general los elementos autobiográficos, ficcionales e históricos fluyen con naturalidad a través de un lenguaje a la vez cuidado y asequible, he acabado con la impresión de que la autora recurre excesivamente a textos y documentos de segunda mano, como pueden ser las biografías de los personajes evocados, libros de viajes o incluso diccionarios. Como digo, en general, todos esos elementos se combinan bien, pero muestran más al periodista que al inventor de ficciones. Por eso La aguja dorada me dice que Roig es una buena escritora, pero no me ha podido confirmar que sea una buena novelista.
Una última nota, quizá importante, referida a la advertencia con que Roig presenta el libro. Con ese 'aviso' los lectores que consideren la 'gauche divine' como un grupo de intelectuales incoherentes o miopes tendrán una razón más para no leer el libro. Es cierto que éste no pinta un comunismo rosa, pero tampoco creo que les convenza la razón que da la autora para no tratar las miserias del experimento comunista. Uno entiende que Roig puede haberse enamorado de San Petesburgo, pero a veces su experiencia puede sonar a involuntaria aprobación de todo el sistema. Cito parte del 'aviso': "Si esperáis leer un libro sobre el paraíso soviético, dejadlo estar, no sigáis. Si buscáis las reflexiones de una intelectual desencantada por las traiciones de la URSS, también. Aquí no se hablará ni de economía ni de avances sociales. Tampoco de gulags y de hospitales psiquiátricos. Los periódicos ya se encargan de eso todos los días" (Monserrat Roig: La aguja dorada. Barcelona: Destino, 1992, 278 pp.).