Parece que empiezo el año con buen pie. Esta primera novela de María Dueñas me parece un acierto y una agradable sorpresa. Un acierto porque es verdad que la novela usa muchos estereotipos y lugares comunes de la novela de aventuras, de la de espías, de la novela histórica y de la novela amorosa, pero también es cierto que la forma de organizar el argumento y la singularidad que alcanzan muchos de sus personajes, especialmente Sira, están realmente logrados.
Quizá lo más original haya sido el empleo del mundo de la costura, de las modas y del glamour para encadenar el ascenso social, las aventuras y la evolución interior de Sira, la protagonista. A través de él conocemos la vida en el Madrid de la Segunda República, en el Protectorado español de Marruecos, en el Madrid franquista de la posguerra y de la Lisboa de esos mismos años de la II Guerra Mundial en que ingleses y alemanes pugnan por hacerse con los favores de políticos y empresarios. A través de la labor de modista de Sira llegamos también a su cambio de personalidad, simbolizada en esos trajes que se quitan y se ponen, o se hacen y se deshacen continuamente, y también en esos maquillajes y poses que van cambiando con cada situación y a lo largo de todo el el libro.
No oculto que en su conjunto ese ascenso social de Sira, su propia evolución psicológica de humilde modistilla a espía de primer nivel y algunos episodios concretos me pareceren un poco peliculeros, pero también me parece claro que en la dinámica interna de la novela todo ello está muy bien armado, con los momentos de transición engarzados con naturalidad y sin forcejeos, y salpicados convenientemente de sorpresas y momentos de incertidumbre. Por ello la lectura de sus más de seiscientas páginas no debe hacerse pesada; la intriga se mantiene bien a lo largo de toda la historia y la proyección de cada capítulo hacia el futuro surge naturalmente del propio argumento, sin que la autora necesite sacarse continuamente de la manga algún 'deus ex machina'.
A través de ese mundo conocemos también a una gran galería de personajes, tanto históricos como ficticios, que Dueñas sabe mover muy bien de un lado a otro. Salvo en Sira, en los demás he echado de menos un poco más de profundidad psicológica, pero también creo que esta novela no pretende ir por ese camino y que, a pesar de todo, esos personajes quedan lo suficientemente caracterizados como para que no puedan confundirse con los estereotipos más socorridos. Igualmente la presencia de personajes históricos más o menos singulares como Juan Luis Beigbeder, Rosalinda Fox o Alan Hillgarth hace que los ficticios adquieran más vida y resulten más cercanos y verosímiles. En este sentido, la autora consigue mantener bien el equilibrio, para no hacer de la novela ni un manual de historia ni un mero cuento de hadas ni tampoco una simple invención libresca. Su narración conecta vida, historia y literatura de forma hábil y convincente, y éste creo que es su principal mérito. Su final abierto y algunos cabos que pueden parecer sin atar (¿Ramiro? ¿Ignacio?) hay que entenderlos también en ese contexto.
He agradecido también que lo referido a la Guerra Civil no se haya convertido en un alegato político barato y la autora haya preferido seleccionar lo más humano de todo ello (el sufrimiento de todos los españoles de a pie, independientemente de la zona en que vivieran). Como las mejores novelas sobre este periodo, aquí tampoco aparecen maniqueísmos tontos o reductores. Otra cosa es su tratamiento de franquistas, alemanes e ingleses, donde casi todos ellos parecen cortados por el mismo rasero, de buenos y malos, y donde creo que podría haberse huido un poco más de los tópicos. Un atribulado o dubitativo agente doble, por ejemplo, hubiera podido ser un buen complemento para todos ellos.
Lo mismo puedo decir del lenguaje. No es una novela de una estilista que vaya buscando sistemáticamente frases rotundas e imprecederas, pero tampoco cae en el prosaísmo, en la frase hecha o en la expresión cursi. Lo mejor de todo es que ese lenguaje surge de forma natural, sin que se note el esfuerzo, con frases y expresiones originales que menudean por esas páginas sin llegar a convertirse en una obsesión. En otras palabras, El tiempo entre costuras es una novela mucho mejor escrita que muchos bestsellers que circulan por ahí con ventas millonarias o con autores de nombre casi divinizado. Al contrario que esos bestsellers, el de Dueñas posee un estilo y un lenguaje con identidad propia y con una continua capacidad de evitar el anquilosamiento e inventarse a sí mismos. (Como nota al margen, es probable que algún lector necesite un diccionario español-inglés, sobre todo en las entretenidas intervenciones de Rosalinda Fox.).
No es una novela profunda, pero si una novela buena (muy buena) en su género, y un buen bestseller. Un interesante debut, como dice Javier Cercas Rueda, bien hilvanada, como afirma Ariodante, y a la que los reproches deben entenderse más como compromisos críticos que como limitaciones serias, como concluye El Cultural. (María Dueñas: El tiempo entre costuras. Madrid: Temas de Hoy, 2009, 631 pp.).
Quizá lo más original haya sido el empleo del mundo de la costura, de las modas y del glamour para encadenar el ascenso social, las aventuras y la evolución interior de Sira, la protagonista. A través de él conocemos la vida en el Madrid de la Segunda República, en el Protectorado español de Marruecos, en el Madrid franquista de la posguerra y de la Lisboa de esos mismos años de la II Guerra Mundial en que ingleses y alemanes pugnan por hacerse con los favores de políticos y empresarios. A través de la labor de modista de Sira llegamos también a su cambio de personalidad, simbolizada en esos trajes que se quitan y se ponen, o se hacen y se deshacen continuamente, y también en esos maquillajes y poses que van cambiando con cada situación y a lo largo de todo el el libro.
No oculto que en su conjunto ese ascenso social de Sira, su propia evolución psicológica de humilde modistilla a espía de primer nivel y algunos episodios concretos me pareceren un poco peliculeros, pero también me parece claro que en la dinámica interna de la novela todo ello está muy bien armado, con los momentos de transición engarzados con naturalidad y sin forcejeos, y salpicados convenientemente de sorpresas y momentos de incertidumbre. Por ello la lectura de sus más de seiscientas páginas no debe hacerse pesada; la intriga se mantiene bien a lo largo de toda la historia y la proyección de cada capítulo hacia el futuro surge naturalmente del propio argumento, sin que la autora necesite sacarse continuamente de la manga algún 'deus ex machina'.
A través de ese mundo conocemos también a una gran galería de personajes, tanto históricos como ficticios, que Dueñas sabe mover muy bien de un lado a otro. Salvo en Sira, en los demás he echado de menos un poco más de profundidad psicológica, pero también creo que esta novela no pretende ir por ese camino y que, a pesar de todo, esos personajes quedan lo suficientemente caracterizados como para que no puedan confundirse con los estereotipos más socorridos. Igualmente la presencia de personajes históricos más o menos singulares como Juan Luis Beigbeder, Rosalinda Fox o Alan Hillgarth hace que los ficticios adquieran más vida y resulten más cercanos y verosímiles. En este sentido, la autora consigue mantener bien el equilibrio, para no hacer de la novela ni un manual de historia ni un mero cuento de hadas ni tampoco una simple invención libresca. Su narración conecta vida, historia y literatura de forma hábil y convincente, y éste creo que es su principal mérito. Su final abierto y algunos cabos que pueden parecer sin atar (¿Ramiro? ¿Ignacio?) hay que entenderlos también en ese contexto.
He agradecido también que lo referido a la Guerra Civil no se haya convertido en un alegato político barato y la autora haya preferido seleccionar lo más humano de todo ello (el sufrimiento de todos los españoles de a pie, independientemente de la zona en que vivieran). Como las mejores novelas sobre este periodo, aquí tampoco aparecen maniqueísmos tontos o reductores. Otra cosa es su tratamiento de franquistas, alemanes e ingleses, donde casi todos ellos parecen cortados por el mismo rasero, de buenos y malos, y donde creo que podría haberse huido un poco más de los tópicos. Un atribulado o dubitativo agente doble, por ejemplo, hubiera podido ser un buen complemento para todos ellos.
Lo mismo puedo decir del lenguaje. No es una novela de una estilista que vaya buscando sistemáticamente frases rotundas e imprecederas, pero tampoco cae en el prosaísmo, en la frase hecha o en la expresión cursi. Lo mejor de todo es que ese lenguaje surge de forma natural, sin que se note el esfuerzo, con frases y expresiones originales que menudean por esas páginas sin llegar a convertirse en una obsesión. En otras palabras, El tiempo entre costuras es una novela mucho mejor escrita que muchos bestsellers que circulan por ahí con ventas millonarias o con autores de nombre casi divinizado. Al contrario que esos bestsellers, el de Dueñas posee un estilo y un lenguaje con identidad propia y con una continua capacidad de evitar el anquilosamiento e inventarse a sí mismos. (Como nota al margen, es probable que algún lector necesite un diccionario español-inglés, sobre todo en las entretenidas intervenciones de Rosalinda Fox.).
No es una novela profunda, pero si una novela buena (muy buena) en su género, y un buen bestseller. Un interesante debut, como dice Javier Cercas Rueda, bien hilvanada, como afirma Ariodante, y a la que los reproches deben entenderse más como compromisos críticos que como limitaciones serias, como concluye El Cultural. (María Dueñas: El tiempo entre costuras. Madrid: Temas de Hoy, 2009, 631 pp.).