domingo, 16 de enero de 2011

Siete casas en Francia (Bernardo Atxaga)

Pues seguimos de suerte. Al empezar a leer esta novela de Atxaga tenía mis prevenciones, a causa de algunas críticas negativas sobre El hijo del acordeonista, que todavía no he leído. Pero esos recelos han ido desapareciendo rápidamente, más o menos a partir de las veinte primeras páginas, para al final acabar convenciéndome completamente y empezar a pensar y desear que esas críticas negativas puedan y deban estar equivocadas. De hecho Obabakoakotro de los libros de Atxaga, está también en m lista de libros recomendados.  Y éste también lo voy a incluir.

Y es que se trata de una historia muy fácil de leer y elaborada con un lenguaje que parece sencillo y simple pero que en el fondo es el de un escritor que ya ha llegado a dominarlo y a darle las modalidades apropiadas para cada relato, como ya había mostrado también en Obabakoak. También porque las técnicas narrativas son igual de sencillas en un escritor que también ha demostrado que hubiera podido elegir otros caminos más complicados. 


La historia se desarrolla de forma lineal, aunque existen algunas elipsis y retrocesos temporales necesarios para la creación de la intriga y que en algunos casos, como el del 'fallo' de esa primera serpiente mamba que deja en suspenso el éxito de las dos restantes, sólo puede calificarse de un acierto en toda regla. En este sentido lo único que me ha parecido un poco forzado es el cambio de tono que la voz narrativa hace al evocar en uno de los capítulos finales la infancia y el origen de Chrysostome, el personaje clave de la novela. Quizá hubiera resultado más natural hacerlo a través de un monólogo interior, como el caso  de esos otros protagonistas en los que sus 'otros yoes' o sus 'fantasmas' les hablan en los momentos de más tensión. Pero es sólo una intuición.


Por lo demás, los protagonistas y el argumento están bien trabados. Las personalidad de aquéllos se va desarrollando y redondeando muy bien a través de sus diálogos y acciones, y en ningún momento se echan de menos otros recursos para completar esa labor. Lo mismo con el argumento.  Esos motores de la acción que son el capricho de la artista que obnubila al rey Leopoldo y el capricho de la mujer del capitán de llegar a poseer las siete casas en Francia, desencadenan de forma 
literariamente natural todos los conflictos que ocurren en Yangambi. A esos dos motores se suman después la codicia, la lujuria y la envidia de los militares destacados allí, y como singular contraste, la inocencia y callada entereza de Chrysostome, el más singular y entrañable de todos ellos. 

Por último, creo que hay que agradecer al autor que no haya ocultado los momentos más escandalosos de las actitudes colonialistas (el abuso a las jóvenes nativas, las diversiones salvajes con la fauna aborigen, etc.), pero también que haya evitado convertirlos en escenas escabrosas o con un morbo excesivo. Me parece que si Atxaga hubiera elegido este segundo camino habría tenido que cambiar también el tono del resto de la historia y el encanto de toda la narración se hubiera venido abajo. Mejor ha sido dejarla como está. Como diría Juan Ramón Jiménez (que siempre me ha parecido un poco cursi):  "No la toques ya más, que así es la rosa". 


Como nota marginal, la edición de Siete casas... que he seguido yo cuenta al final con una divertida "Lección sobre el avestruz", un texto a mitad de camino entre ensayo erudito y burla intertextual. Recomendado. (Bernardo Atxaga: Siete casas en Francia. Madrid: Santillana/Punto de Lectura, 2010, 270 pp.).



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