Como decía en mi entrada anterior, el personaje de Ana María Martínez Sagi llega a convertirse de la mano del narrador en un personaje cautivador, de carne y hueso, y a oscurecer relativamente los méritos del conjunto, que también son muchos.
De todas formas, para disfrutar la novela, el lector tiene que estar dispuesto a superar varios obstáculos. Uno de ellos es su extensión de casi seiscientas páginas, que queda un poco aligerada por la inclusión de fotografías de los personajes históricos de la novela y por bastantes poemas de Ana María intercalados o añadidos como apéndices. Otro obstáculo podría ser esa mezcla de géneros que persigue conscientemente el autor para alejarse de la novela más típica. En Las esquinas del aire se combinan lo narrativo con lo periodístico, la creación con la crítica literaria, y lo histórico con lo ficticio. Es una mezcla que no es tan revolucionaria como se nos quiere hacer creer -desde las Vanguardias 'no hay nada nuevo bajo el sol literario'- pero que aquí funciona muy bien y produce una narración donde es difícil -y tampoco tiene mucho sentido- separar cada uno de esos componentes y tratar de encorsetar al libro en una casilla demasiado específica. El tercer y quizá principal obstáculo puede ser el conocido barroquismo estilístico de Prada, que se manifiesta aquí también sin pudor alguno, muchas veces con hallazgos felices y únicos, pero también con ampulosidades innecesarias y repeticiones cansinas.
Ese barroquismo y exuberancia verbal hace que en los diálogos se oiga la voz del narrador y no la de los personajes, aunque al mismo tiempo es la causa de que algunas descripciones sean muestras de la literatura más conseguida del presente. Quizá lo más negativo en este sentido haya sido no haber podido escuchar la voz propia de Ana María en las grabaciones magnetofónicas finales, pues lo que leemos allí no son las palabras de Ana María sino el reciclado que el narrador hace de esas conversaciones. Esta, a mi juicio, es una de las mayores flaquezas del libro. Haber escuchado las 'verdaderas palabras' de Ana María hubiera sido la culminación lógica e ideal del libro.
En cuanto a la narración ésta toma la forma de una investigación entre periodística y detectivesca. El progreso se va dando a través del descubrimiento y encadenamiento de esas pistas que van a llevar a los tres investigadores (el narrador-aprendiz de escritor, Jimena, su medio novia, y el librero Tabares) al desvelamiento medido y paulatino de la personalidad y la existencia de Ana María, para concluir en el encuentro final y climático con ella y con ese monólogo en el que se atan todos los cabos y se responden a todos los interrogantes que se han abierto previamente. Los recuerdos de Ana María recuperan una vida marcada por el infortunio pero también por la magnanimidad de su carácter, que, a la vez, no siempre es perfecto. Y recuperan también una época o unas épocas de la historia de España (Primo de Rivera, II República, Guerra Civil, el exilio, el retorno) a través de un personaje que a la vez es protagonista y testigo, que a la vez hace la historia y la padece.
En cuanto a la narración ésta toma la forma de una investigación entre periodística y detectivesca. El progreso se va dando a través del descubrimiento y encadenamiento de esas pistas que van a llevar a los tres investigadores (el narrador-aprendiz de escritor, Jimena, su medio novia, y el librero Tabares) al desvelamiento medido y paulatino de la personalidad y la existencia de Ana María, para concluir en el encuentro final y climático con ella y con ese monólogo en el que se atan todos los cabos y se responden a todos los interrogantes que se han abierto previamente. Los recuerdos de Ana María recuperan una vida marcada por el infortunio pero también por la magnanimidad de su carácter, que, a la vez, no siempre es perfecto. Y recuperan también una época o unas épocas de la historia de España (Primo de Rivera, II República, Guerra Civil, el exilio, el retorno) a través de un personaje que a la vez es protagonista y testigo, que a la vez hace la historia y la padece.
Hasta el punto de llegada final, la narración se construye con descripciones de lugares y personajes con un tono a veces un poco crudo y distante, y con cierta predilección por lo grotesco, pero que a la vez siempre parecen ser nuevos y pocas veces llegan a cansar. Hay con escenas que oscilan entre lo propiamente detectivesco, otras realmente conmovedoras y otras genialmente divertidas, como las intervenciones que rodean a Pere Gimferrer, que Prada homenajea y convierte en personaje de antología.
Uno de los capítulos lleva por título 'Almas gemelas', que el autor dedica a Elisabeth Mulder, una poeta contemporánea de Ana María con la que se sugiere una relación que algunos lectores entenderán como platónicamente lésbica y otros como una simple pero intensa admiración personal y literaria. Pienso también que el título del este capitulo puede ayudar a entender el interés de Juan Manuel de Prada por Ana María. Por razones familiares, de educación y de convicciones personales, Ana María queda descrita como un personaje con de ideas nada comunes en su momento. De la misma manera, el narrador no deja de lanzar puyas más o menos acertadas y más o menos viscerales contra lo políticamente correcto, contra los monopolios culturales que se hacen desde algunos partidos o instituciones, contra algunas izquierdas anticuadas y miopes y contra algunas figuras de la vida literaria que aparentan más de lo que son. Quizá por eso le haya resultado tan redondo el personaje de Ana María, por haber visto en él una especie de alma gemela.
Al final creo que el libro puede caber dentro de mis recomendaciones, aunque lo hago con reservas sobre todo por ese barroquismo estilístico que a veces me parece superfluo e innecesario y esa inclusión de poemas y cartas que no siempre son centrales para la trama. (Juan Manuel de Prada: Las esquinas del aire. En busca de Ana María Martínez Sagi. Barcelona: Planeta: 2000, 578 pp.).