Novela que ganó el Premio Planeta en 1999 y que lanzó a su autora a la fama. Pero, como en tantos Planetas, no es oro todo lo que reluce. Hay un tono narrativo más o menos uniforme, que se logra mantener a lo largo de toda la historia, y algunos recursos e imágenes que funcionan bien y son resultones y expresivos. Es el caso de la imagen que da título a la novela, esos melocotones helados cuya receta exacta nadie ha podido repetir y que es como un presagio de todas las vidas truncadas o frustradas que rodean a las tres generaciones de la familia protagonista. También me parece un acierto fundamentar la dolorida y taciturna vida de Esteban en su etapa con las Kodama. Por su lado, la narración pretende ser más lírica y evocativa que épica o propiamente narrativa, y a veces el lenguaje ofrece hallazgos felices y momentos poéticos dignos de releerse, pero en otras ocasiones, y en general en toda la novela, ese ambiente difuso y más evocativo que descriptivo acaba dañando la narración, y haciéndola demasiado vaga, exigiendo del lector esfuerzos inesperados por hilar y hacer aterrizar la historia.
También creo que daña a la novela la técnica fragmentaria elegida por la autora, que la obliga a crear elipsis innecesarias, a dar demasiados saltos en el tiempo, también innecesarios, y a producir un conjunto de escenas que al final dejan demasiados datos en el aire, demasiados cabos sueltos, demasiados elementos en un segundo plano también demasiado oscuro. La desdibujada secta del Grial o los episódicos personajes de Blanca y John parecen meras comparsas para justificar los destinos o caracteres de las dos Elsas mayores. Por lo mismo los desenlaces o clímax de las diferentes historias resultan también al final un poco débiles o aguados.
No estoy seguro tampoco de que los componentes realistas y góticos o fantásticos del libro se combinen armónicamente. Los 'amigos invisibles' de la pequeña Elsa, su muerte, su entierro, el 'casual' encuentro con sus huesos, las truculencias y ritos del Grial, o sus momentos de novela policiaca, quizá deberían haberse sustituido por otro tipo de recursos más acordes al mundo ordinario y más bien crudo y cotidiano en el que viven el resto de los personajes, y especialmente, Elsa, la pintora. Ésta puede estar bien conseguida como personaje de apertura y cierre de la novela, pero parece vivir en un mundo donde todo lo anterior no puede ser más que fruto de la fantasía o del delirio.
En resumen, una novela desigual, con momentos y asomos interesantes y logrados, pero con demasiados cabos sueltos, demasiados personajes e historias a medio contar o a medio hacer y también con una técnica narrativa y un lirismo que oscurecen una narración que podría haber sido y haberse contado de forma mucho más interensante. Útil para clases sobre narrativa fragmentada, pero quizá para pocos temas más. (Espido Freire: Melocotones helados. Barcelona: Planeta, 1999, 328 pp.).